miércoles, 22 de febrero de 2017

fragmento de "Breviario de podredumbre" de Emil Cioran

© Antoine D'agata.











La gama del vacío



He visto a éste perseguir tal meta y aquél, tal otra; he visto a los hombres fascinados por objetos dispares, bajo el embrujo de proyectos y de sueños juntamente viles e indefinibles. Analizando cada caso aisladamente para penetrar en las razones de tanto fervor desperdiciado, he comprendido el sinsentido de todo gesto y de todo esfuerzo. ¿Existe una sola vida que no esté impregnada de los errores que hacen vivir? ¿Existe una sola vida clara, transparente, sin raíces humillantes, sin motivos inventados, sin los mitos surgidos de los deseos? ¿Dónde está el acto puro de toda utilidad: sol que aborrezca la incandescencia, ángel en un universo sin fe, o gusano ocioso en un mundo abandonado a la inmortalidad?
He querido defenderme contra todos los hombres, reaccionar contra su locura, descubrir su origen; he escuchado, he visto y he tenido miedo: miedo de actuar por los mismos motivos o por cualquier otro motivo, de creer en los mismos fantasmas o en cualquier otro fantasma, de dejarme ahogar por las mismas embriagueces o por cualquier otra embriaguez; miedo, finalmente, de delirar en común y de expirar en una multitud de éxtasis. Yo sabía que al separarme de una persona me iba desposeído de un error, pobre de la ilusión que le dejaba... Sus palabras enfebrecidas le descubrían prisionero de una evidencia absoluta para él e irrisoria para mí; al contacto de su absurdo, yo me despojaba del mío... ¿A qué adherirse sin el sentimiento de engañarse y sin enrojecer? No puede justificarse más que aquel que practica, con plena conciencia, lo disparatado necesario para cualquier acto, y que no embellece con ningún sueño la ficción a la que se entrega, del mismo modo que no puede admirarse más que a un héroe que muere sin convicción, tanto más presto al sacrificio por haber entrevisto su fondo. En lo que respecta a los amantes, serían odiosos si en medio de sus muecas el presentimiento de la muerte no les rozase. Es turbador pensar que nos llevamos a la tumba nuestro secreto -nuestra ilusión-, que no hemos sobrevivido al error misterioso que vivificaba nuestro aliento, que excepto las prostitutas y los escépticos todos caen en el engaño porque no adivinan la equivalencia, en la nulidad, de los placeres y de las verdades.
He querido suprimir en mí las razones que invocan los hombres para existir y para actuar. He querido llegar a ser indeciblemente normal, y heme aquí en el alelamiento, en el mismo plano que los idiotas y tan vacío como ellos.


















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