© Masamichi Kagaya
Si el desastre significa
estar separado de la estrella (el ocaso que señala el extravío cuando se
interrumpió la relación con el albur de arriba), asimismo indica la caída bajo
la necesidad desastrosa. ¿Será la ley el desastre, la ley suprema o extrema,
lo excesivo no codificable de la ley: aquello a que estamos destinados sin que
nos concierna? El desastre no nos contempla, es lo ilimitado sin contemplación,
lo que no cabe medir en términos de fracaso ni como pérdida pura y simple.
Nada le basta al desastre;
lo cual quiere decir que, así como no le conviene la destrucción en su pureza
de ruina, tampoco puede marcar sus límites la idea de totalidad: todas las
cosas afectadas o destruidas, los dioses y los hombres devueltos a la ausencia,
la nada en lugar de todo, es demasiado y demasiado poco. El desastre no es
mayúsculo, tal vez hace vana la muerte; no se superpone, aunque lo supla, al
intervalo de morir. A veces el morir nos da (sin razón probablemente) el
sentimiento de que, si muriésemos, escaparíamos del desastre, y no el de entregarnos
a él ——por eso la ilusión de que el suicidio libera (pero la
conciencia de la ilusión no disipa la ilusión, no nos aparta de ella) El
desastre, cuyo color negro habría que atenuar ——reforzándolo——, nos expone a cierta idea de la pasividad. Somos
pasivos respecto del desastre, pero quizás el desastre sea la pasividad y, como
tal, pasado y siempre pasado.
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