viernes, 25 de enero de 2019

Col - Philippe Claudel


© Robert Runyon









Creo que es Céline quien lo llama "olor a pobreza recocida". En caldo, en cada comida, sin carne que le dé sustancia, despide un tufo a cuerpo sucio que se pega a las bociosas paredes de los huecos de escalera, a rellanos y altillos, a los techos bajos de las buhardillas y las rancias porterías, y acaba penetrando en todas las grietas como la masilla más inútil. Una especie de carnet de identidad de la miseria. Dime lo que comes y te diré lo que nunca serás. De niño, la vergüenza que me da oler a col sólo es comparable con lo mucho que me gusta comerla. No me harto. Nunca. Sopa de col. Carne con col. Conejo con col. Col con tocino. Coles de Bruselas rehogadas en la sartén, dejando el cogollo casi crudo, para cocerlas después a fuego lento, solas o con patatas, hasta que queden un poco pegadas al fondo de la olla, donde forman un denso caramelo que concentra todos sus olores. Por la tarde, el pelo y la ropa me delatan, como los viernes me delata el tufo a pescadilla frita. Pero ese día atufamos todos, incluido el maestro. Respecto a la col, a veces soy el único, y a mi paso los demás se tapan la nariz con exageración. La col fría es criminal. Siempre queda algo de ella. Las huellas del delito. Vapores tenaces. Es un asesino torpe al que no se le ocurre ocultar las pruebas. También huelen así algunos viejos a quienes ya nadie quiere ni visita. Es el olor de los condenados. El que flota en asilos y prisiones. Como si a la col le gustaran los grandes espacios de confinamiento y fuera la única que sabe acompañar la pena y las largas penas, el final de la vida, las vidas destrozadas, las vidas vigiladas, las vidas ahogadas, arruinadas, machacadas, y también a los moribundos. La col forma parte de la condena. E incluso cuando no está presente ni lo ha estado nunca, puede que, pese a todo, pese a ella misma, la olamos en habitaciones que no se ventilan, en calcetines usados, pieles sucias, debajo de sobacos, faldas, calzoncillos o vendas. Es tenaz hasta en su ausencia. Tan vulgar, en definitiva, que otros olores consiguen copiar el suyo y suplantar su identidad. En el fondo, no es nadie; sin duda, ése es el motivo de que por mucho tiempo haya sido el alimento de quienes no eran nada y de que siga impregnándolos. Un marginado. Un excluido. Un proscrito. Un débil. Alguien a quien no se mira. Espero seguir apestando a col mucho tiempo. 





















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