© Robert Runyon
Creo que es Céline quien lo llama "olor a pobreza recocida". En caldo, en cada
comida, sin carne que le dé sustancia, despide un tufo a cuerpo sucio que se pega a
las bociosas paredes de los huecos de escalera, a rellanos y altillos, a los techos bajos
de las buhardillas y las rancias porterías, y acaba penetrando en todas las grietas
como la masilla más inútil. Una especie de carnet de identidad de la miseria. Dime lo
que comes y te diré lo que nunca serás. De niño, la vergüenza que me da oler a col
sólo es comparable con lo mucho que me gusta comerla. No me harto. Nunca. Sopa
de col. Carne con col. Conejo con col. Col con tocino. Coles de Bruselas rehogadas
en la sartén, dejando el cogollo casi crudo, para cocerlas después a fuego lento, solas
o con patatas, hasta que queden un poco pegadas al fondo de la olla, donde forman un
denso caramelo que concentra todos sus olores. Por la tarde, el pelo y la ropa me
delatan, como los viernes me delata el tufo a pescadilla frita. Pero ese día atufamos
todos, incluido el maestro. Respecto a la col, a veces soy el único, y a mi paso los
demás se tapan la nariz con exageración. La col fría es criminal. Siempre queda algo
de ella. Las huellas del delito. Vapores tenaces. Es un asesino torpe al que no se le
ocurre ocultar las pruebas. También huelen así algunos viejos a quienes ya nadie
quiere ni visita. Es el olor de los condenados. El que flota en asilos y prisiones. Como
si a la col le gustaran los grandes espacios de confinamiento y fuera la única que sabe
acompañar la pena y las largas penas, el final de la vida, las vidas destrozadas, las
vidas vigiladas, las vidas ahogadas, arruinadas, machacadas, y también a los
moribundos. La col forma parte de la condena. E incluso cuando no está presente ni
lo ha estado nunca, puede que, pese a todo, pese a ella misma, la olamos en
habitaciones que no se ventilan, en calcetines usados, pieles sucias, debajo de
sobacos, faldas, calzoncillos o vendas. Es tenaz hasta en su ausencia. Tan vulgar, en
definitiva, que otros olores consiguen copiar el suyo y suplantar su identidad. En el
fondo, no es nadie; sin duda, ése es el motivo de que por mucho tiempo haya sido el alimento de quienes no eran nada y de que siga impregnándolos. Un marginado. Un
excluido. Un proscrito. Un débil. Alguien a quien no se mira. Espero seguir
apestando a col mucho tiempo.
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