martes, 27 de diciembre de 2016

Casas de Alquiler (viejo "relato")



©  Alejandro Cook










Patios I

Las primeras piezas son del Pelado. Las tiene en alquiler; no vive acá. Viene dos o tres veces al mes; a ventilar, a cobrar. Se acurruca con un pucho en un ángulo del patio lateral izquierdo. Nadie sabe cuál es su nombre porque es bastante amargo. No saluda a nadie y nos mira como si fuese algo más que nosotros. Los guachos le escupen cerca porque le leen el desprecio en la ojeada. Esos que allá, entre los eucaliptus de la avenida, andan violando pendejas. Es probable que alguno de esos, de grande, alguno termine como el Pelado. Un despreciado al que le escupen corto como para marcar su importancia.
En el centro del patio la Luisa salta a la rayuela con el yorcito metido en el culo. El Pelado fuma despacio. Andá saber qué cosa piensa. De arriba la madre mira todo y la envidia. No sabe cómo va a hacer para pagar la pieza. Le van quedando pocas hijas a estrenar y a ella no la mira ni el abuelo, que se la pasa tocando, blando para siempre. 




Climas I

El olor del guiso es invasivo. Penetra en todas las piezas. No hay como zafar. En verano, cuando sube el índice de golpes de los maridos a sus mujeres, también asciende el olor a guiso. Casi en la misma proporción. El calor es así: salvaje y pegajoso. De noche, los elásticos de las camas vecinas afinan bien. También somos felices. Esto es de cal y es de arena, como los muros que soportan estos techos.





Patios II

El Sordo mira al Pelado. Son como parecidos pero al revés. El Sordo tiene códigos. Cosas que no haría. Pero no es dueño de nada acá. Ni siente nada de los puteríos que hay después de la feria. Igual mira con desdén a todo el mundo y como nunca aprendió a leer los labios, lo suyo es sordera absoluta. Los ojos lo delatan y se le ven las ganas de trompear. Hace rato que esperamos que se la den. El mujererío guarda sus mejores polleras cortas para la ocasión. El sudor las pone calentitas, lo cual beneficia a todos los inquilinos.
Después de la última trifulca, crecieron los nacimientos. El Pelado mandó a hacer varias piezas más, hacia arriba, frente al patio central. Puso ahí una fuente con un angelito dorado medio verde que meaba hasta que se rompieron los caños y nadie más se encargó. Por cierto: así se excusó del aumento al fondito que garpamos por gastos comunes. 




Climas II

La Myrna cuelga la ropa y canta. Todos esperamos que baile. Alguna vez -dicen- fue bailarina de verdad, de esas de tutú y zapatillas de punta. Parece que hay unas fotos donde se la ve en el escenario de un tal Teatro Mayor. Lo cierto es que cuando sale con el latón, tararea y baila. Las piernas se le desprenden del piso. Y cuando descuelga, si hay viento, juro que la hemos visto, casi, casi, quedar suspendida. Como que las camisas del tipo con el que vive ocasionalmente se la llevan. Nos hemos cuidado de no hacer correr la bola sobre el asunto para que el Pelado no se avive y encima nos cobre entrada al patio para donde da esa pieza. 




Trabajos I

Los días de la feria todos salimos antes del sol. Somos unos bultos amorfos en rueditas. Vendemos. En el camino, desde otras casas del barrio, salen otros como nosotros. Todos peregrinamos a la feria. Compramos.




Trabajos II

A la vuelta, según la suerte, organizamos alguna timba. Generalmente, riña de perros. El Omar le alquila dos piezas al Pelado como caniles. La casa compite con otras del barrio. Son bestias mantenidas con hambre, bien fuleras. Los niños son los primeros en arrojarles piedras y enfurecerlos. La vieja Gloria limpia los pedazos de vísceras y baldea la sangre del perdedor. Ha dado una vez con la mano de alguien que, de seguro, aferraba algún collar de ahorque. 




Climas III

En la pieza de Pérez destilan un alcohol con una receta vieja. Cuando no hay un mango para el vino, Pérez se llena de guita porque fía y con intereses. Sus hijos, los más pendejos, pisan las frutas podridas que el tipo junta en la feria. La materia prima -dice-, y pone cara de crá, siendo cornudo como es y no lo sabe. La mujer se hace la mosca muerta, pero ya sabemos que es ella la que para la olla al final. No siempre hay a quién venderle el jarabe de las delicias –así le dice él-. Sí un buen cuerpo de hembra.




Patios III

En navidad colgamos pedazos de telas rotas en el árbol deforme del patio delantero. Armamos una mesa larga con tablones y compartimos hasta rajarnos lo poco que nos queda. El Pelado manda un pan dulce para toda la casa. Lo manda en una motito que dice que "gasta" para la ocasión.
Ese día los niños miran hacia arriba y dicen ver cosas extraordinarias. Como sonríen sabemos que algo hay. Algo de lo que vagamente recordamos. Como cuando el Luis y la Teresa se chuponean; esa luz rara.
Partimos el pan dulce como tantas piezas hay. A veces es una pasa para un solo integrante de la habitación. En general, un niño o un viejo.
Algo hay, ahí, que hasta el Pelado se asusta y gasta en mandadero con lo machete que es.




Climas IV

En invierno solemos vernos poco. Incluso los que vivimos pieza con pieza. Después de meses sabemos quienes han muerto. Al Pelado se lo ve feliz. La mayoría de los que la quedaron debían meses de alquiler. Ahora habrá lugar para clientes nuevos que paguen en fecha.
Generalmente, manda fumigar. Entran unos tipos con unas mangas largas y tiran un gas a las piezas de los difuntos. Todos tosemos. Algunos niños han caído intoxicados. También gatos, canarios y perros. En una ocasión el Omar se peleó a cuchillo con el Pelado por esto. Perdió uno de sus bichos; de los más salados.




Patios IV

Al patio de bien al fondo no sé sabe cómo llegar. Y nadie quiere saberlo. Una vez por año se hace un sorteo entre las piezas donde hay guachas que no pasan de los catorce años. La que saca la bola negra está obligada a mandar a la gurisa a punta de cuchillo. Ninguna ha vuelto y es una tranquilidad para todos; incluso para sus padres. Una boca menos que alimentar. ¡Dios la bendiga! exclama  la vieja Gloria y se persigna, mientras barre entre las macetas los restos de puchos que han quedado tras la despedida general a la botija. Siempre berrea como loca.
Esa es la noche más serena del año, sobre todo si sopla viento desde donde se sospecha la ubicación profunda del patio desconocido. Por unos días, ningún bebé sufre de empacho y gases. El resto de las gurisas, sortudas por esta vez, rezan hasta el año que viene con una piola roja entre las manos.




Nivel de calle I

En una de las dos piezas que da a la calle está el taller mecánico de López. Nadie trae ningún vehículo y por eso toma mate desde que abre hasta que cierra, mirando los almanaques de minas desnudas, orgullo de "aquellos" años de mecánico experto, perdidos ahora entre barrios de casas de alquiler. En realidad, en otras épocas, López reparaba trenes. Locomotoras brillosas que recorrían el territorio, de un lado al otro, llevando y trayendo animales y granos. Pero López quedó rezagado cuando ingresaron los nuevos modelos y sin posibilidad de reconvertirse, decidió hacer la suya. Su único cliente conocido es el mismísimo Pelado que troca el alquiler por las reparaciones del único auto que vemos a veces en el barrio. Ese mismo con el que atropella botijas cuando entra derrapando. Son muchas las veces que vemos a López lavar la carrocería, chiflando un tango en ojotas y pantalón arremangado.
De tardecita, la gurisada escucha sobre estaciones y poblachos en ronda alrededor del mecánico experto. Nadie allí ha visto un tren de cerca. De la vía sólo quedan historias inquietantes, de mataderos, cosas... Nada. Mejor olvidar.




Climas V

Una vez alguien colgó de la puerta de su pieza unas cuerditas con pedazos de vidrio atados. El ex maestro, pieza de junto a la de la vieja Gloria, nos dijo que a eso se le decía cairel. Cuando sonaba, -llama a los ángeles-, dijo. Nadie hay que después de eso no se haya fabricado uno con tapitas de botellas o bulones oxidados que López regala. Apenas se sienten salimos todos a nuestras respectivas puertas, incluso en invierno. Los patios, a veces, amanecen llenos de plumas.
Hace rato que no hay pájaros sueltos o no cantan para no ser vistos. Los gorriones fueron los primeros en desaparecer. Así y todo, salimos a nuestras puertas; por si las moscas.




Genealogías I

Yo llegué de botija; muy chico. Mi vieja vino de allá, como todos los grandes que eran grandes cuando vinieron a estos barrios. Trajo sus libros y la máquina de coser a pedal de su madre. Alguna vez fue profesora y los libros que arrastró quedaron como restos de otra vida. Los dos primeros inviernos se fueron en fogatas para darnos calor. Ella lloraba mientras arrojaba las hojas al fuego. Después le daba pedal a la vieja Singer. Decía haber tenido suerte de que su madre le hubiera enseñado a coser. Murió remendando ropa a cambio de comida u otras cosas imprescindibles. De mi viejo no me acuerdo. Ni fotos hay y mi madre prefería siempre cambiar de tema, mirando para otro lado. Era miedo, pero nunca supe a qué.




Vida subterránea

En los sótanos, el Pelado guarda otro negocio. Nadie sabe a ciencia cierta de qué se trata. Cada tanto vienen unos tipos en mameluco con valijitas y se pierden escalera abajo, por la puerta gris del patio central.
Cuando se pega la oreja al piso se escuchan sonidos de cañerías y zumbidos de impedancia rota. El Omar dice que el Pelado aloja a unos, más ilegales -mutantes, decían hace tiempo- y que los de mameluco son agentes de La Torre. Que cuidan del agua y de sus índices de potabilidad.
Nosotros usamos el aljibe por un módico sobreprecio del alquiler. Y si hay sequía, acudimos a la canilla del barrio. Un funcionario nos cobra tarifas según la ración. Usa un mameluco como de los que van por el sótano pero de color amarillo.




Patios V

El patio del cementerio de elefantes es el que tiene mejor luz pero nadie quiere alquilar esas piezas. El tufo es insoportable.




Nivel de calle II

La pieza al otro lado de la puerta del taller tenía un balcón. La Eloísa salía de vez en cuando hasta que el Pelado tranzó las rejas por alguna cosa insólita y lo mandó demoler. Casi se cae toda la fachada. Ordenó apuntalar y se olvidó. Ahora, más que casa de alquiler, parece una obra ocupada.
Ella se quedó sin las guiñadas de un buen tipo que con el tiempo no pasó más.
Ciertas noches, detrás de aquel desastre, hay una luz encendida. La Eloísa canta algo que duerme a los perros del Omar. Cerramos las ventanas y nosotros también dormimos como si el diablo nos llevara el cuerpo por las patas.




Genealogías II

Aprendimos a leer y a escribir gracias al exmaestro y a otra gente como mi madre. Pero todos ellos desempolvaron o aprendieron viejos oficios y actividades de segunda para poder llevar algo de comer a las piezas.




Piezas I

La vieja Gloria tiene un retrato de su difunto marido sobre una pared pintada de verde. Lleva bigote y gacho. Abajo siempre hay una velita prendida. Por las dudas –dice- pa que no vuelva.  




Climas VI

Cuando chilla la panza de hambre y la feria no alcanzó ni para restos, olemos como los caballos de los basureros. Comemos del piso y de las zanjas. El Pelado nos cobra el alquiler con las manos grasientas de pollo a las brasas.




Piezas II

El Sordo saca los muebles a cada rato y jode a un pueblo porque deja sin paso a los del piso de su pieza, la más encalada de la casa. No tiene mucho, como el resto. Un par de sillas, una mesa y una parrilla con un colchón de lana hinchado de humedad. Pero se la cree. Jodido igual que el Pelado pero sin tener con qué.
A la gente como él, que los hay y varios en esta casa, les tenemos el doble de ganas que al Pelado. Pero ya sabemos: el Sordo, además, es cagón.




Trabajos III

El Gordo se hace el muertito. A pesar de la imposibilidad de entrar a su pieza hace años, logra pasarla de arriba. Un par de viejas llenas de rollos se le sientan a los costados por cachos de comida. Le sostienen un enorme paraguas negro que lo protege del sol picante y las lluvias frías. El tipo hace rato que no puede moverse; pero, como ordena los quecos internos de la casa, el Pelado le paga una buena guita. Así se mantiene el sitio en paz. Gracias al Gordo que, en sus tiempos libres -casi todos-, se dedica a chamuyar con las viejas sobre la vida del resto.




Patios VI

Del patio de la calesita se habla seguido. Es como el otro al que se tiene que mandar a la gurisa. Nadie sabe dónde queda.
Pero las piezas de allí no son del Pelado, por eso le paga a buchones y mercenarios. Para averiguar en dónde y hacerse también con esa parte de la casa.




Piezas III

El veterano de la última gran guerra vive en la pieza del altillo y cría un águila mora con cierta nostalgia. Le compra ratones blancos al Pelado para alimentarla. Anda de uniforme y su muleta no deja dormir a las piezas de abajo. Escucha una música que nadie soporta. Los niños juran que cuando suena bajan unas mujeres, a caballo, sobre los patios. Como ponen los ojos duros y redondos, les creemos. Nadie salvo ellos, ni en esta casa ni en las vecinas, puede poner los ojos de esa manera.
Mejor cerrar las puertas -dice por lo bajo la vieja Gloria, mientras echa cruces de sal. Algo hay, ahí, afuera, más allá de la fila interminable de casas de alquiler. Más allá de la avenida y la alambrada que al final, allá, allá está alta, electrificada y de púas. Ni el Pelado la traspasa.





















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