The Passing, Bill Viola
© Kira Perov
Aquí estamos puestos en el camino, descubriendo
círculos o triángulos en todo lo que nos agrede por los
sentidos. Pero lo que importa no llega.
Jorge Medina Vidal
Tachar y escribir. En eso ha
consentido la forma con la fuerza. Deshabitar. Cortar el ralo de la ralea.
Quedar en nada. Ahora mismo, en la siguiente línea.
Así le dijo ¡Sea! al ejercicio. Trabajo entenado del cuadrilátero de una
ventana: el mismo techo de enfrente, el mismo ciclo tonal. Nada especial ni
nada llamativo. Sólo ese paisaje magistral del tiempo, sin pompa de belleza ni
torres con acceso a cielo sin derribo.
Lo que ves es lo que hay.
Intemperie. Se llama intemperie.
Desaprender del todo el curso de los hilos. Cobrar un blanco en la hoja. Decir
es mío. Este blanco es mío. Es mi blancura incierta sobre una pasta entrañable
de variedades sordas. Absurdo revés de los hechos, como una lona de circo,
cuarteada de tanto armar y desarmar.
Hueco. Suena a hueco. Cuando golpeo, suena a
La imagen, cuando se borra, arrastra
la punta de las venas. Tira y lleva. Una máquina de volcar la punta de las
venas. Necesidad de silencio; de vaciar la pica del reloj en el oído interno.
Nada. No es nada. Tachar y escribir.
Impulso, la punta de las venas. Hacia
las ramas de un árbol en la vereda, seguir el cielo. Decir sin techo. Decir y
borrar. Estarse callado. Los oídos aprensivos de un agitar, apenas, de una
cortina. Y el polvo que se empapa atravesándose por las repisas de luz. Puente
de Heráclito en río de Magritte, refleja-no refleja, se acaba-se completa; la
bufonada del tiempo. Decir y borrar.
Es un proceso de descomposición en
carne viva sin carne viva. Tira y lleva una máquina de oler. Ningún aroma. Fin
del movimiento de ascenso y descenso por el extremo de la nariz hasta la planta
del pie. Castañetear los dientes sin sombra de espera. Un perro asediándose el
rabo hasta alcanzarse. Fin del movimiento de giro a fin de vaciar la punta de
la venas hacia los bordes de mundo con nombre conocido (mesa, silla, plato,
etc.)
Apenas los ojos arriba a fin de vaciar
residuos de silencio. Necesidad de vaciar. Tachar y escribir.
Aquí comenzaba una historia. Algo en
la calle. Unos vecinos. Un auto estacionado. Nada. No es nada. Tachar y
escribir. Tira y lleva. Una máquina de disolver cualquier impulso de fondo.
Fondo blanco. La espesa sustancia
inicial, extraviada; sin existencia posible. Marcar fijo en la pared vacía un
objetivo exacto: tachar.
¿Soportarás el viaje?
Obsesa forma de no variar la vertical
hasta aceptar la nadería. Es un proceso doloroso descripto por una máquina.
Tira y lleva. Una máquina de rastrear, con el señuelo quemado, la forma de un
animal extinguido. La manada fastuosa de un momento como un rejunte de datos. Y
a cada uno, un alfiler. En un muñeco vudú; pero granítico.
Los techos de la tarde en la ciudad, a
cada tarde. Se caen de oscuro. Y se levantan al alba. Como masas de latidos al
fondo de la tierra. Si se tocara esa gracia. Si no soltara un veneno la punta
de las venas, los corazones al margen.
¿Soportarás?
Es una lucha partida a lucha partida no
portar espacio para el espacio que enuncia. Hacer conjunto animado de tanto
árbol caído (por razones productivas pero a bucle ornamental).
Acá no está - Acá tampoco.
Tachar.
Invertir la carga de la prueba. Lo
vital va delante de un coro de vivientes, sin masa y transparente. Ponzoña de
sol en pleno mediodía sobre pastizales baldíos, sin gota de agua, meados por
perros. La pura sed de un soporte. Obsesa forma de no variar la vertical hasta
aceptar la nadería. Es un proceso ambulatorio ejercido con entereza de llaga.
Lo que ves es lo que hay. No se ha
querido decir. Este blanco es mío. Este blanco es.
Aquí narraban la inmensidad de los
bosques o los pasajes de alta montaña. Del caminante romántico. Pero supo
distraerse y perdió pie. O despertó. O todo junto hizo equilibrio y regresó a
cero. Una máquina de sopesar y destruirse en el proceso de antigüedad
comparada. Tachar y escribir.
Contingencia de un nailon en el agua.
El mismo destino. La misma oscilación.
No. Para estas palabras, no hay pueblo.
Por eso caen con un sonido a lata. O se experimentan como rugosidad a la fineza
del tacto. O como bolo alimenticio, con un boleo lento en una boca lerda,
hinchan de forma abominable hasta extinguirle el rostro al portador de turno. Y
los miembros, el tronco. La cavidad anal. Terminan en la acera uniendo los
cantos podridos de un mueble roto. O la cabeza de una muñeca con una bolsa de
leche. Lo que deseen. Para eso visten desnudas: servirse de cierta sed en
potestad de ausencias que no aderezan cosmos en variedad alguna.
Tira y lleva. Una máquina de
eviscerar, con atributos mezquinos, la sangre de la hoja sin ni una prueba de
crimen. Cobrar un blanco. Decir es mío. Último cintilo de astro muerto, la
punta de las venas. Racimo arrastrado, perplejo en la pantalla o en una
bandeja. Encogimiento de hombros. Margen delgado entre tachar y escribir. Como
hojita de afeitar sobre una dermis, el movimiento trasiega hasta la piel de
elefante. Tal cirugía tosca con arma tan sutil, ¿soportarás?
Suponiendo que ha respirado lo
suficiente entre las partes del todo, lea en voz alta la frase siguiente: ESTE
BLANCO ES MÍO. En potestad de su ausencia, lea. Y dé vuelta las medias o lustre
los zapatos. O finja que no ha pasado nada. El ruido a tubo lux es un efecto
sonoro sobre una caja negra. Siga de largo. Este blanco es.
Son instrucciones. De una máquina
avara. Instrucciones de ahorro. Para no perder el vuelco, dejar que el agua
desborde; sin esfuerzo posible. Así, como quien la arroja, como si sobrara.
Como si no estuviera este tanto así de lleno de indecibles construcciones
comparativas. Necesidad de vaciar. ¡Dejadla
así de siervo de su intentona elevada! Ama de sí, automática. Ella: la
parte de pieza; suelta, sin plan. Son instrucciones. De dar con la cabeza en un
tacho y gorgotear en agua. Agua estancada a fin de vaciar residuos de silencio.
Una polea baja y sube. Avara.
Aquí sólo creyó cerrar con una imagen
redonda, pues cuando fue empujar al tacto para que ruede sin puntos de sutura,
el hielo se quebró. Danzar en patinaje y darse con un iceberg. No hablaba más
que con revoques, con muebles. Con acorazados rusos. Con el buzón de la puerta.
Y no respondían bajo ningún concepto. Ensimismados interlocutores, sus propias
avaricias. Sus islas de silencio.
Cadáver de deseo en su reflujo venéreo;
tira y lleva y no perdona, los cables por el cobre, la punta de las venas.
Hasta la última gota de sangre el mecanismo ata un nudo y lo desata;
interminables veces. Es una máquina potro en la cornisa exacta.
Estirar el mecanismo. Necesidad de
vaciar.
Aquí la maldición, si las palabras
sirvieran. ESTE BLANCO ES MÍO. Y es miserable. ¿En dónde crees que estás? La
brea hace a mis ojos una película negra. Un grito que no emite capacidad
sonora. Un enjambre de estática en todos los lugares de la casa.
Ahí donde no estás, un cuerpo en
referencia, estás bajo desastre.
Hubo una carnicería. Esparcieron
porciones del festín. Se entreveraron con boletos de ómnibus, con neumáticos
usados. En las chatarrerías. En sitios profanos. En el monocorde desdén de la
injusticia. Sólo estiro. Estiro el mecanismo. Y nada me guarda.
Auscultar, sin pasión, el cuerpo
escindido. En la cornisa exacta.
Boquear de a ratos. Una o dos burbujas
malean la superficie. El espacio es estrecho. Poco, parece, queda, para moverse.
Los informes de los turistas en los balnearios. La rapiña a un taxista. El
conflicto bélico del día. Pez hinchado del mismo lodo de los hechos, por
cerraduras de vidrio; a golpe de #hashtag.
Intemperie. Se llama intemperie. Y no
posee figuras esotéricas. Ni tropos que no formen un modelar fracaso.
Ejerzo mi voluntad: erijo un monumento
para la gloria de las palomas. Palafitos mirando al cielo, sin la morada de sus
razones. Punzando arriba, de cuatro patas. Ejerzo mi dominio de ejercicio. No
hay nada que rascar, salvo impaciencia; los dientes en el sarro de la risa.
Ejerzo mi voluntad de repartir
pastillas para la aurora de las ficciones. Lo que ves es lo que hay. Para estas
palabras, no hay congregación. Ignoro si alcanzarán a piernas para parir
hermanos. Si el blanco anima un ciegamente levántate
y anda. Contra el viento. Contra pendiente. Contra un movimiento opuesto a
negarse.
Ejerzo mi voluntad de acantilado para
telón de caída. Una máquina de descorrer un velo inexistente. Esto es pan
cuando hay. Y si no, es pan de deseo, cortado; por un fragmento faltante.
Verte expulsado, ¿soportarás?
El diario de un exilio en una
habitación.
Los paisajes habían sido bellos. No
habrían sido dichos. Cuando el espíritu
emanaba y el árbol era. Como el niño crea un ardid que él solo sabe y
repite, así hay un pájaro de encierro. Y canta en cada quien, a un modo, sus
ancestrales ecos.
Me tuerzo de a ratos, maleable
melancólico. Y me enderezo enseguida. Ejerzo mi voluntad de quemar la maleza
donde partió moléculas alguna humanidad. Tachar y escribir. Este blanco es; es
una bala blanca. Y una ráfaga de muertos cae de mis brazos a mis brazos sin
forma de caber.
Todo efecto aquí, es colateral. (Ex)cita
por su orden de potencia que no va a ningún sitio. Como la forma en la piedra
del tallador. El corazón de la piedra. El solo bien que exista. Y que no
exista. Y que así sea el ejercicio de una liberación. ESTE BLANCO ES MÍO, decir
y borrar.
Hubo un levantamiento. Una
sublevación. Una masacre con consecuencias devastadoras. Una épica confinada.
Un minero ahogado en las entrañas de la tierra. Un ahogado que apretaba sus
poemas como llevaba a sus muertos. Una mujer desatando un lenguaje de plantas
venenosas. Un oscuro quiromante en arbitrario poso. Fina película que lo separa
de sí mismo, un tallo tutelar mirado al refractar el agua en que está inmerso.
Consistencia célibe, hubo las pérdidas. Y nada me guarda.
Es una fruta de mi árbol y ha decidido
pender hasta pudrirse. Y deformarse hasta parir el monstruo que todos cargan
prendido. El que se preña de municiones. De nosocomio y quiebra. Ama de sí,
ESTE BLANCO ES MÍO; criatura polimorfa cuando suda bajo el yugo de la sangre, un
rostro de rutina. Así le dijo ¡Sea!
al ejercicio, un hombre de rodillas doblado por la resignación. Tachar y
escribir. Y bostezar la eternidad de un buen aburrimiento. Es una fruta de mi
árbol. Y fue mordida. Nada bueno ha de esperarse, si las palabras sirvieran.
Tira y lleva. Es una máquina de
controlar abominaciones de una maravilla estroboscópica. Pesadilla de gorgona con
espejo, amasijada con barroca impenitencia de enredaderas en una ruina fabril.
Nadar en círculos. En sangre propia.
Obsesa forma de no variar la vertical hasta aceptar la nadería. Ejerzo mi
voluntad de abusar de altísimos anhelos para nacerlos lelos. Y profanarlos
hasta dejarles inanes; e imaginar que el salivazo de un pordiosero va a dar al
hueso de esa trifulca, entre la vida y la vida.
Estás bajo desastre, la punta de las
venas.
Aquí empieza una historia cuya piola
se enredó en el vasto presagio de la sombra. Seguirle fue seguirle hasta su
nulidad, su baja de importancia. Una mujer se tornó venganza de su servidumbre
y acometió, ama de sí, decir y borrar.
Tira y lleva. Una máquina furcia, eréctil
con el aire. Al ristre de la ausencia, la punta de las venas. Y el cuero del
arrastre, apaga con el uso. Se cierra en corredores, las curvas de la casa.
Modestas dimensiones para dejar la piel, ahí donde no estás.
No arrastra nada. Parece -parece, pero no.
Ejerzo mi voluntad de sillar donde
afincar dolor que ya se sabe inútil para techumbre ajena. Piedra sobre piedra,
ejerzo mis palancas de sepultar y erigir la marca de la cruz. Maderos clavados sin
Cordero; para lanar ordinario, un gesto en el aire, tachar y tachar. ESTE
BLANCO ES.
Aquí fue de un instante, tenaz
insistencia: niña aterrada frente a un mármol alado, escarba; escarba, la punta
de las venas; y así queda sin uñas. Ni las manos del tallador; ni el corazón
leído sobre la masa de cantería hasta esa gracia inmóvil. Verónica de voile en un espejo vacío, la madre siseó
como estertor de un ángel cuando se fue por siempre. Azogue y tela tocándose en
la fatalidad. Y nada me guarda.
Es una máquina pérfida. Mirada de
soslayo, barre con delicadas pestañas lo último de tarde por cada deserción.
Tira y lleva en entonado al óxido; la misma lentitud. Perpetra esa paciencia,
la punta de las venas.
La fuerza de un caballar empantanado.
El ruido de las patas chicoteando y múltiples cabezas como si de un solo animal
se tratase la indócil salvación.
Obsesa forma de no variar la vertical
hasta aceptar la nadería, radar omnipresente, estás bajo desastre. Máquina
arbitraria, holgada de hijos mancos. Desde una posición atarazada apunta en
cada uno ESTE BLANCO ES. Presa de su entraña y tribunal entero que asiente y apedrea.
Es demasiado mucho para tan poco espacio; para una sola acción.
Qué decir del silencio más que de su
actual naturaleza metalizado elegante, en su estado sólido de asunción
corpórea.
Es fascista.
Es una máquina
fascista.
* * *
No hay comentarios.:
Publicar un comentario