domingo, 4 de diciembre de 2016

póstuma



The Passing, Bill Viola 
© Kira Perov








Aquí estamos puestos en el camino, descubriendo 
círculos o triángulos en todo lo que nos agrede por los 
sentidos. Pero lo que importa no llega. 

Jorge Medina Vidal









Tachar y escribir. En eso ha consentido la forma con la fuerza. Deshabitar. Cortar el ralo de la ralea. Quedar en nada. Ahora mismo, en la siguiente línea.



Así le dijo ¡Sea! al ejercicio. Trabajo entenado del cuadrilátero de una ventana: el mismo techo de enfrente, el mismo ciclo tonal. Nada especial ni nada llamativo. Sólo ese paisaje magistral del tiempo, sin pompa de belleza ni torres con acceso a cielo sin derribo. 



Lo que ves es lo que hay.




Intemperie. Se llama intemperie. Desaprender del todo el curso de los hilos. Cobrar un blanco en la hoja. Decir es mío. Este blanco es mío. Es mi blancura incierta sobre una pasta entrañable de variedades sordas. Absurdo revés de los hechos, como una lona de circo, cuarteada de tanto armar y desarmar. 



                                                                 Hueco. Suena a hueco. Cuando golpeo, suena



La imagen, cuando se borra, arrastra la punta de las venas. Tira y lleva. Una máquina de volcar la punta de las venas. Necesidad de silencio; de vaciar la pica del reloj en el oído interno. Nada. No es nada. Tachar y escribir.





Impulso, la punta de las venas. Hacia las ramas de un árbol en la vereda, seguir el cielo. Decir sin techo. Decir y borrar. Estarse callado. Los oídos aprensivos de un agitar, apenas, de una cortina. Y el polvo que se empapa atravesándose por las repisas de luz. Puente de Heráclito en río de Magritte, refleja-no refleja, se acaba-se completa; la bufonada del tiempo. Decir y borrar.



Es un proceso de descomposición en carne viva sin carne viva. Tira y lleva una máquina de oler. Ningún aroma. Fin del movimiento de ascenso y descenso por el extremo de la nariz hasta la planta del pie. Castañetear los dientes sin sombra de espera. Un perro asediándose el rabo hasta alcanzarse. Fin del movimiento de giro a fin de vaciar la punta de la venas hacia los bordes de mundo con nombre conocido (mesa, silla, plato, etc.)



Apenas los ojos arriba a fin de vaciar residuos de silencio. Necesidad de vaciar. Tachar y escribir.



Aquí comenzaba una historia. Algo en la calle. Unos vecinos. Un auto estacionado. Nada. No es nada. Tachar y escribir. Tira y lleva. Una máquina de disolver cualquier impulso de fondo.



Fondo blanco. La espesa sustancia inicial, extraviada; sin existencia posible. Marcar fijo en la pared vacía un objetivo exacto: tachar.



¿Soportarás el viaje?



Obsesa forma de no variar la vertical hasta aceptar la nadería. Es un proceso doloroso descripto por una máquina. Tira y lleva. Una máquina de rastrear, con el señuelo quemado, la forma de un animal extinguido. La manada fastuosa de un momento como un rejunte de datos. Y a cada uno, un alfiler. En un muñeco vudú; pero granítico.

Los techos de la tarde en la ciudad, a cada tarde. Se caen de oscuro. Y se levantan al alba. Como masas de latidos al fondo de la tierra. Si se tocara esa gracia. Si no soltara un veneno la punta de las venas, los corazones al margen.

¿Soportarás?

Es una lucha partida a lucha partida no portar espacio para el espacio que enuncia. Hacer conjunto animado de tanto árbol caído (por razones productivas pero a bucle ornamental).



Acá no está - Acá tampoco.
Tachar.



Invertir la carga de la prueba. Lo vital va delante de un coro de vivientes, sin masa y transparente. Ponzoña de sol en pleno mediodía sobre pastizales baldíos, sin gota de agua, meados por perros. La pura sed de un soporte. Obsesa forma de no variar la vertical hasta aceptar la nadería. Es un proceso ambulatorio ejercido con entereza de llaga.





Lo que ves es lo que hay. No se ha querido decir. Este blanco es mío. Este blanco es.



Aquí narraban la inmensidad de los bosques o los pasajes de alta montaña. Del caminante romántico. Pero supo distraerse y perdió pie. O despertó. O todo junto hizo equilibrio y regresó a cero. Una máquina de sopesar y destruirse en el proceso de antigüedad comparada. Tachar y escribir.



Contingencia de un nailon en el agua. El mismo destino. La misma oscilación.



No. Para estas palabras, no hay pueblo. Por eso caen con un sonido a lata. O se experimentan como rugosidad a la fineza del tacto. O como bolo alimenticio, con un boleo lento en una boca lerda, hinchan de forma abominable hasta extinguirle el rostro al portador de turno. Y los miembros, el tronco. La cavidad anal. Terminan en la acera uniendo los cantos podridos de un mueble roto. O la cabeza de una muñeca con una bolsa de leche. Lo que deseen. Para eso visten desnudas: servirse de cierta sed en potestad de ausencias que no aderezan cosmos en variedad alguna.



Tira y lleva. Una máquina de eviscerar, con atributos mezquinos, la sangre de la hoja sin ni una prueba de crimen. Cobrar un blanco. Decir es mío. Último cintilo de astro muerto, la punta de las venas. Racimo arrastrado, perplejo en la pantalla o en una bandeja. Encogimiento de hombros. Margen delgado entre tachar y escribir. Como hojita de afeitar sobre una dermis, el movimiento trasiega hasta la piel de elefante. Tal cirugía tosca con arma tan sutil, ¿soportarás?



Suponiendo que ha respirado lo suficiente entre las partes del todo, lea en voz alta la frase siguiente: ESTE BLANCO ES MÍO. En potestad de su ausencia, lea. Y dé vuelta las medias o lustre los zapatos. O finja que no ha pasado nada. El ruido a tubo lux es un efecto sonoro sobre una caja negra. Siga de largo. Este blanco es.



Son instrucciones. De una máquina avara. Instrucciones de ahorro. Para no perder el vuelco, dejar que el agua desborde; sin esfuerzo posible. Así, como quien la arroja, como si sobrara. Como si no estuviera este tanto así de lleno de indecibles construcciones comparativas. Necesidad de vaciar. ¡Dejadla así de siervo de su intentona elevada! Ama de sí, automática. Ella: la parte de pieza; suelta, sin plan. Son instrucciones. De dar con la cabeza en un tacho y gorgotear en agua. Agua estancada a fin de vaciar residuos de silencio. Una polea baja y sube. Avara.



Aquí sólo creyó cerrar con una imagen redonda, pues cuando fue empujar al tacto para que ruede sin puntos de sutura, el hielo se quebró. Danzar en patinaje y darse con un iceberg. No hablaba más que con revoques, con muebles. Con acorazados rusos. Con el buzón de la puerta. Y no respondían bajo ningún concepto. Ensimismados interlocutores, sus propias avaricias. Sus islas de silencio.



Cadáver de deseo en su reflujo venéreo; tira y lleva y no perdona, los cables por el cobre, la punta de las venas. Hasta la última gota de sangre el mecanismo ata un nudo y lo desata; interminables veces. Es una máquina potro en la cornisa exacta.



Estirar el mecanismo. Necesidad de vaciar.



Aquí la maldición, si las palabras sirvieran. ESTE BLANCO ES MÍO. Y es miserable. ¿En dónde crees que estás? La brea hace a mis ojos una película negra. Un grito que no emite capacidad sonora. Un enjambre de estática en todos los lugares de la casa.



Ahí donde no estás, un cuerpo en referencia, estás bajo desastre.



Hubo una carnicería. Esparcieron porciones del festín. Se entreveraron con boletos de ómnibus, con neumáticos usados. En las chatarrerías. En sitios profanos. En el monocorde desdén de la injusticia. Sólo estiro. Estiro el mecanismo. Y nada me guarda.



Auscultar, sin pasión, el cuerpo escindido. En la cornisa exacta.



Boquear de a ratos. Una o dos burbujas malean la superficie. El espacio es estrecho. Poco, parece, queda, para moverse. Los informes de los turistas en los balnearios. La rapiña a un taxista. El conflicto bélico del día. Pez hinchado del mismo lodo de los hechos, por cerraduras de vidrio; a golpe de #hashtag.



Intemperie. Se llama intemperie. Y no posee figuras esotéricas. Ni tropos que no formen un modelar fracaso.



Ejerzo mi voluntad: erijo un monumento para la gloria de las palomas. Palafitos mirando al cielo, sin la morada de sus razones. Punzando arriba, de cuatro patas. Ejerzo mi dominio de ejercicio. No hay nada que rascar, salvo impaciencia; los dientes en el sarro de la risa.



Ejerzo mi voluntad de repartir pastillas para la aurora de las ficciones. Lo que ves es lo que hay. Para estas palabras, no hay congregación. Ignoro si alcanzarán a piernas para parir hermanos. Si el blanco anima un ciegamente levántate y anda. Contra el viento. Contra pendiente. Contra un movimiento opuesto a negarse.



Ejerzo mi voluntad de acantilado para telón de caída. Una máquina de descorrer un velo inexistente. Esto es pan cuando hay. Y si no, es pan de deseo, cortado; por un fragmento faltante.



Verte expulsado, ¿soportarás?
El diario de un exilio en una habitación.



Los paisajes habían sido bellos. No habrían sido dichos. Cuando el espíritu emanaba y el árbol era. Como el niño crea un ardid que él solo sabe y repite, así hay un pájaro de encierro. Y canta en cada quien, a un modo, sus ancestrales ecos.



Me tuerzo de a ratos, maleable melancólico. Y me enderezo enseguida. Ejerzo mi voluntad de quemar la maleza donde partió moléculas alguna humanidad. Tachar y escribir. Este blanco es; es una bala blanca. Y una ráfaga de muertos cae de mis brazos a mis brazos sin forma de caber.



Todo efecto aquí, es colateral. (Ex)cita por su orden de potencia que no va a ningún sitio. Como la forma en la piedra del tallador. El corazón de la piedra. El solo bien que exista. Y que no exista. Y que así sea el ejercicio de una liberación. ESTE BLANCO ES MÍO, decir y borrar.



Hubo un levantamiento. Una sublevación. Una masacre con consecuencias devastadoras. Una épica confinada. Un minero ahogado en las entrañas de la tierra. Un ahogado que apretaba sus poemas como llevaba a sus muertos. Una mujer desatando un lenguaje de plantas venenosas. Un oscuro quiromante en arbitrario poso. Fina película que lo separa de sí mismo, un tallo tutelar mirado al refractar el agua en que está inmerso. Consistencia célibe, hubo las pérdidas. Y nada me guarda.



Es una fruta de mi árbol y ha decidido pender hasta pudrirse. Y deformarse hasta parir el monstruo que todos cargan prendido. El que se preña de municiones. De nosocomio y quiebra. Ama de sí, ESTE BLANCO ES MÍO; criatura polimorfa cuando suda bajo el yugo de la sangre, un rostro de rutina. Así le dijo ¡Sea! al ejercicio, un hombre de rodillas doblado por la resignación. Tachar y escribir. Y bostezar la eternidad de un buen aburrimiento. Es una fruta de mi árbol. Y fue mordida. Nada bueno ha de esperarse, si las palabras sirvieran.



Tira y lleva. Es una máquina de controlar abominaciones de una maravilla estroboscópica. Pesadilla de gorgona con espejo, amasijada con barroca impenitencia de enredaderas en una ruina fabril.



Nadar en círculos. En sangre propia. Obsesa forma de no variar la vertical hasta aceptar la nadería. Ejerzo mi voluntad de abusar de altísimos anhelos para nacerlos lelos. Y profanarlos hasta dejarles inanes; e imaginar que el salivazo de un pordiosero va a dar al hueso de esa trifulca, entre la vida y la vida.



Estás bajo desastre, la punta de las venas.





Aquí empieza una historia cuya piola se enredó en el vasto presagio de la sombra. Seguirle fue seguirle hasta su nulidad, su baja de importancia. Una mujer se tornó venganza de su servidumbre y acometió, ama de sí, decir y borrar.



Tira y lleva. Una máquina furcia, eréctil con el aire. Al ristre de la ausencia, la punta de las venas. Y el cuero del arrastre, apaga con el uso. Se cierra en corredores, las curvas de la casa. Modestas dimensiones para dejar la piel, ahí donde no estás.



No arrastra nada. Parece                 -parece, pero no.



Ejerzo mi voluntad de sillar donde afincar dolor que ya se sabe inútil para techumbre ajena. Piedra sobre piedra, ejerzo mis palancas de sepultar y erigir la marca de la cruz. Maderos clavados sin Cordero; para lanar ordinario, un gesto en el aire, tachar y tachar. ESTE BLANCO ES.



Aquí fue de un instante, tenaz insistencia: niña aterrada frente a un mármol alado, escarba; escarba, la punta de las venas; y así queda sin uñas. Ni las manos del tallador; ni el corazón leído sobre la masa de cantería hasta esa gracia inmóvil. Verónica de voile en un espejo vacío, la madre siseó como estertor de un ángel cuando se fue por siempre. Azogue y tela tocándose en la fatalidad. Y nada me guarda.



Es una máquina pérfida. Mirada de soslayo, barre con delicadas pestañas lo último de tarde por cada deserción. Tira y lleva en entonado al óxido; la misma lentitud. Perpetra esa paciencia, la punta de las venas. 



La fuerza de un caballar empantanado. El ruido de las patas chicoteando y múltiples cabezas como si de un solo animal se tratase la indócil salvación.



Obsesa forma de no variar la vertical hasta aceptar la nadería, radar omnipresente, estás bajo desastre. Máquina arbitraria, holgada de hijos mancos. Desde una posición atarazada apunta en cada uno ESTE BLANCO ES. Presa de su entraña y tribunal entero que asiente y apedrea. Es demasiado mucho para tan poco espacio; para una sola acción. 



Qué decir del silencio más que de su actual naturaleza metalizado elegante, en su estado sólido de asunción corpórea.



Es fascista.




Es una máquina fascista.








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