La incredulidad de Tomás - Caravaggio, 1602
La imagen pintada por Caravaggio en 1602 encarna una mirada particular acerca de la incredulidad de Tomás sobre la resurrección de Cristo. Tengo que tocar porque ver no me alcanza para creer que has vuelto, hermano. Porque Cristo era un hermano entre los después llamados apóstoles; incluso lo era de Judas, quien no fue echado de la última cena. Esa hermandad no solo era porque Cristo era Cristo —perdón por la tautología— sino porque compartían el pan y el vino, y discutían como un hábito de hermanos. Sin embargo, incluso así, Tomás tuvo que tocar para creer lo que veía.
Ahora bien, yo empecé hablando en términos de la mirada de Caravaggio. Pues, pongamos atención porque Caravaggio tomaba como modelos a los que vivían en la miseria; a las prostitutas, a los borrrachos, a los marginales de su tiempo. En el fondo siempre hay una negrura que no es nada más que el drama de la escena aumentada por el naturalísimo primer plano de los personajes: gente sin alcurnia, sin moral, sin nada. En resumen, los anónimos de la historia, los anónimos singulares amontonados en los arrabales de la historia.
Y aún así, Tomás sigue exigiendo tocar las heridas de su hermano para creer y cada vez que alguien mira el cuadro ocurre eso. Las heridas de su hermano, a quien conoce bien porque le ha visto muchas veces antes, le ha escuchado el tono de voz, el color de los ojos refulgiendo en el vino, la forma en que gesticula y modula el cuerpo, y, sin embargo, cuando lo vuelve a ver, le pide una prueba porque todo eso no le alcanza. Ocurre un acto en el que un hermano desconoce a otro.
Creo que Tomás nunca fue hermano de Cristo. Nunca como Cristo fue hermano de Tomás. No podía sentir a Cristo sin sentirlo al tacto y al tocarlo, tampoco sentía nada —miren otra vez el cuadro de Caravaggio—. Judas se colgó de una soga porque ese fue su acto de compasión, com-pasión. Tomás se hizo médico cirujano, científico. Inventor involuntario de la cámara de gas y de la bomba atómica. Niño que descula hormigas. Un tipo sin compasión. Un tipo capaz de mantenerse al margen del dolor ajeno, enajenado en sí —miren otra vez el cuadro de Caravaggio—.
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