© Matthias Heiderich
Folio
El destino es perfecto.
Inventó lo frágil
y diseminó el gozo.
Más tarde trajo personas
como cisnes objetivos
en un mundo nombrado.
Luego, fue la fe que es.
Toda esa maraña
de llamadas perdidas,
sexo sostenido con las partes
de alguien y taxis que huyen
y taxis que se toman
con sobreprecio para
ir a arrojar a bares adonde
nuestra soledad llegaría a ciegas.
Todas esas proporciones
que los seres perturban
en sus horas menos
ergonómicas, cambiando luz
por agradecimiento mientras
los humildes usan
las estrellas para carbón.
Luego, la plaga de los olivos
dijo que debemos morir
y nadie está cerca,
ni un bonzo. Un arte de lo casto
no se hace en compañía
ni tampoco un vacío deseo
de vida. Muertos, varados a la gran
barrera de coral nos unimos
a cantidades, pero no se besa
una tonelada, se acaricia
la frente de un cadáver,
así el prístino le brinda nuevos
terrones a la tierra.
*
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