martes, 20 de diciembre de 2016

horror vacui (en torno al fin de una música)

© Antoine D'agata.




A mi madre



No somos más que piel al viento, con los músculos tensos contra la mortalidad.
Djuna Barnes









manada –intro--

               Aquellos animales. O, mejor, aquellos signos o huellas de pequeños animales que nos despertaban en la noche, inmaculando la pared frente a los libros, con un fondo de sangre espesa que borboteaba de quién sabe qué sótanos. Aquellos animales de destreza que regresaron en forma de túmulo invisible y de la boca de esa mujer se hicieron de la carne royéndola hasta el barro. Aquellos animales, y estos: los que encintan a la música y provienen de un lugar desguarecido.






para un responso

i
               Nadie escribe en juicio de su hora ni afirma su procedimiento de rescate sin al menos cometer un error de afirmación sobre el mundo, con la verdad incluida, incluida su posibilidad, en negación o escombro. Si digo sola, junto a la tarde en que murió mi madre ¿será como una tarde para el que lea, con un acento en un final de melodía?, ¿o marcas negras a fichas blancas al descender la página, como de un piano la escala de las teclas? ¿será una preñada aparición flotante en agua estancada para una sed de nadie?        
( ¿de qué brazo le asisto ahora para doblarse y beber? )

ii
            Si el pájaro que picotea al medio de la casa, en la caja craneal, triscada bulonería de pulmones, está llamándome. Con un sonido incandescente, está llamándome; un Fuego de San Telmo ardiendo entre las hechos: pasillo de puertas blancas, tubos y cánulas; vórtice agonal al centro de un pingajo, como quien ata más fuerte los nudos para una red pero resbalan. O unas cuerdas de violonchelo con una nota que pudo nada por una madre, mía, tallándose en pecho de mi leche la carne de su carne amputada.
            


iii
Trombosis. Canales de parto. Úlceras. Costuras. Calles de pendiente pronunciada, encorvándole en sudestada, con lluvia y mastines de patrulla casi en los zapatos. Cerrada y abierta carena el lomo, yéndose a pique por diferencia de peso y resistencia blanda.

-escalpes de la música en ordenado réquiem






textamental

Madre fue esa gente que quiso a los corderos tanto que los medró hasta un corral de tristeza y yugo; peregrinación a la muerte por donde había pasturas. Bellos relatos verdes, allá lejos, bien allá
                                                  de los hijos
                                                                                      de los hijos
                                                                                                                          de los hijos
Ahora esos bichos no saben lo qué hacer. Que nada vale de lágrima cuando feroz es el día; la sucesión de los cielos sin ni siquiera belleza.
Sangre sí; cotidiana ley. Progresión a la falta de figuras en posición residual. Y en el centro del pecho la herida de la falla iluminando la noche hasta la noche final. Eso me dio madre por nacimiento: un foco entre los huesos por donde me asolo en tonos de apagar. Y la música, de cables y nuditos; de lo que pueden y/o rompen.





campo de promesas

El paisaje: esa porción de tren desapareciendo, en un país donde los trenes son fábulas inglesas con vías oxidadas y yuyos; pueblos vacíos con puertas carcomidas y fuera de escuadra, acuchillando espacios con algún rayo de luz y ningún habitante. La música nace de esa oquedad del tiempo y allí se queda, como acordando alguna fe secreta con el futuro que fue.





aparecimientos

            Se arquean largos pastos de orilla mecidos por la corriente, en un planeta que figura a un planeta con largos pastos de orilla, mecidos por la corriente.
            Hay agua de Tarkosvsky lloviéndose en el té a la hora de una madre y su desdicha. 






habla de madre

Quien habla de madre habla de una fe y una teoría. Ambas cosas imposibles de moldear una forma fidedigna de modelo con idea. Quien habla de madre no habla de madre sino de habla de sí. De escamoteo mutuo entre limpias intenciones y cordaje traccionado por interrogación: ¿por qué del padre la habitación tan ancha? Tan ancha y tan vacía. Y sin embargo madre, obligada como de a dos columnas, pende su reseña y repasa frustración en llantos dominicales, cuando no se trabaja el triple de cada cuadrante que tiene cada día. Por cuatro bocas que almuerzan en silencio, también y sólo los domingos. Y sólo en ese día, que Dios que nos descansa, saciábamos la ira de la ciudad y la mesa. En el lar semanal de ínfimas desgracias, en un país ahogado con extraños ahogados venidos a las costas (la casa, desalmada, hería de goteras si llovía).

Habla de sí en niñas de asoladas de espanto general desconocido. De cuentas iguales a puntas pendientes por los lados opuestos al cordón que las unió.

Yo le debía esta canción…[1]

…mas la música se quiebra en griterío, ruido de objetos que estrellan

y sin embargo
Yo le debía esta canción a usted…
…mas la música se quiebra, retuerce
habla de sí.



[1] Eduardo Daurnauchans












melodía rota




< 

parte de promesa.                 parte de sombra

                                              juego de sol sobre una higuera



parte de niña 

arrojada                               a soledad convexa. 



                                             una casa con fondo

                                             un país lleno de muertos














> 

la geografía de la luz

es un espejo hecho pedazos









irredentos

La devastación ya no será posible. Quien ejecutaba los dones se ha quedado suspendido por obra de entrañables maravillas. Tal cosa sucedió antes de desplomarse la música: la devastación.

Un sujeto babeante, con manos vacías y ojos abiertos, ampuloso de fasto y roedores.

Melodía comatosa que a nada aspira y a nada embellece.






spectrum


y ahora, madre, ¿aquel sueño de la música?
la armonía de los justos ¿a qué huevo de cristal, a qué museo?

¿dónde la melodía exacta para un solo, en-ese-nuestro-instante? 
¿entre maleza o erial?, ¿cadáveres o flores?

la sombra de la palabra (la que no tiene) son todos mis intentos
-y siempre es más voraz-










La aflicción, como una piedra…
(en mi cuello,
en el fondo de mí)

Diario de Duelo, Roland Barthes







boca cerrada
en alabeada silueta
y la plomada
interna
clavada estocada









el olor de lo vacante

En el fondo, perdidas, todo tipo de figuras, con una soga al cuello de la música. Ahorcadas cuando se vino a pique, asaltada en el medio de los aires. Eso será todo: un recuento de habitaciones repletas de ropa usada y vajilla; de sillas para nadie.

(como amontonados peces, venidos a la orilla, tras repentina peste)






residencial

sombra
sinuosa / doble / deforme
de las espaldas de tres ancianas
ignorantes
a la burla soez
de tal silueta
que les apunta con la lengua a las orejas
y afila
uñas ocultas
en el mullido sillón
donde sentadas y silenciosas
la esperan sin conocerle
garra tenaz, rajando
un cielo interminable:
el techo que absortas contemplan hoy 
-y ayer ayer ayer        

(un cielo interminable)









textura áspera

No hubo más espera ni dolor de la paciencia. Las uñas miraron hacia abajo y se enterraron, a partes iguales, en cavidades blandas y pan duro. La música dejó gotear de la cuchara a la boca del autista sus últimos retozos en el aire. Volutas desinfladas o cadáveres después de haberse debatido como si fuesen grumos. Puro pellejo vencido, declinó y se arropó como textura áspera sobre los pisos y altares. Y en muslos de ancianas mirando desde adentro el acartonamiento: lo último de savia de unos árboles, la última vereda. La escena final, por una ventana, del sueño de la música después de detenerse.      






bocetaje a culpa

Madre fue esa gente tragada por el aire que faltó cuando la música se desmayaba en posiciones azarosas de la calle; o en lienzos craquelados de viejos óleos, en malos cuadros de un mal pintor.





los acechos
               






Su confusión leudó los días hasta convertir las fechas en caldo de Universo antes de ser prefigurado bajo ese nombre y en letra capital. Antes de apagársele la mirada en el damero negro-marfil del piso. Sumergida en un espejo ahumado impenetrable, igual que cristal se hacen los lagos en zonas frías, su rostro perdió los dientes no sin antes dentellar; pero por los ojos. Para asirse a la escalera donde ser por la palabra. Hondura imposible de cada silencio, medido según la cerradura que lo instala, no hubo más sonido que el de una vaina resecándose en todas sus facciones. Hundidos por ese crepitar, también perdió los ojos. La sombra del cuerpo reptó por la sábana hasta fundir formas enteras debajo de la luz.

                





Porque son tendones, a dedos anudados, estoy diciendo carne. Y el día que se le fue tiñendo, de súbito, viento que volcó calles viniendo de la rambla, a oscuras. El barro de las noches, las noches de peligro. Y los vestidos pavorosos de Beatriz ahogada por voluntad de suicidio, entre las rocas, subiendo como vapor de los secretos a sus oídos, mientras miraba a los costados. –¡Mamá, viste un fantasma!- (¿las tretas de la temeridad?, ¿un ángel de la guarda?) Llegada la enfermera, clavada en otro personaje de las fechas, huía señalada; y al médico respondía: Año 1977; esa es la jefa de las torturadoras. Y así vino y se fue; viajó por el vientre de los miedos tres décadas y media.
Estoy diciendo carne. Carne atravesando la turbulencia final de cada duración como una nube de escenas, incesante, sin hilo ni salida.

              




Nada responde, fetal y autónoma. Las referencias son islas del lenguaje, unidas a puentes de deformada largura. Y si no, está averiada en el patio trasero, destino del ocaso. Como si hubiese perdido algo más que este lado de los hechos. Y descolgada de toda música o con la música más íntima, deja caer una palabra: Himenópteros. Y la repite; e identifica algo en el espacio, entre su mundo y el nuestro: Himenópteros. Son Himenópteros. Hasta ahí, lo último por parte del esqueje: el orden de los insectos de alas membranosas, tal vez ruidosos en su cabeza o dando círculos sobre la nada.





figuraciones

i
Esto que se lee es distancia desde la hoja en blanco de la ausencia al ruido de unos pulmones como válvulas a punto de fallar. El rostro carcomiéndose en escalada de brazos y piernas; territorio de racimos cortados, ávido de multiplicación. La trayectoria completa entre la puerta de la habitación y el lecho donde yace, tufoso mar amarillo.
ii-a
Implora por los ojos. Y no son más que funciones rogando caer fruto del árbol junto a la mismísima serpiente. Caer y pudrirse ya, harto de pender de la culpa y del cuerpo que la engarza en un dolor gastado.
ii-b
Todo se cansa; pesa. Ata la cornisa; suena a desatarse.
iii
Vitrinas y vitrinas de pájaros, con cuentas de vidrio por ojos y pico a medio trinar, las ventanillas paralelas del traslado en ambulancia con sirena bajo lluvia. Edificio de pasillos y pasillos, enhebrado por ampulosas salas de taxidermia para una sola persona que no las pudo narrar.
iv
figuraciones
¿qué otra cosa nos fue dada a imagen y semejanza?








ajeno animal propio

Últimas palabras, madre, antes de extravagarte. Antes de yo no ser hija. Antes de yo no ser más que sombra de una cueva inaccesible, reflejo de qué idea, cuando la mirada desciende a la morada de lo animal agónico; y no hay tal reflejo ni tal sombra. Y ya no era hija la que es cuando escribe: ojos de perra moribunda aquello que miraba. Aquellos que miraban los rotos universos de toda semejanza.






albura




(            Praxis de anatomía. Cuerpo configurándose umbral para la muerte. Embudo de dolor en rostro representado de Cristo, entre otras dos almas pero en camillas. Presea pálida o pequeño beneficio de aislar porción arrancada a un peso sin vida, que en vida heredó algo de muerte en cotidiano blasón de una necrosa pierna.                                   )


Un muerto sufre la hoja nueva [2]



 (            Disección, sin traza de quejido ni grito desgarral, mientras lloramos a puños lo que ha podrido en palabras.                                                                                              )





[2] Benito del Pliego










aguas subterráneas

El que sube a San Miniato al Monte y enciende un cirio, cuando algún día de cuaresma los monjes están de misa en latín y cae el sol en la Toscana; y el dorado de los mosaicos de la fachada, afuera, dos niveles más arriba de las lápidas de la abadía, lo ilumina todo, Dios flagrante o la trampa del Arte (¿qué desea el que escribe sino ver los días de otro modo?). La suspensión de los creyentes en el silencio y una brisa, casi nada, deforma los racimos en fuego de las velas. Una sombra hincha como una horqueta de rabdomante, doblándose por agua hacia otra tierra y desciende a humedecerse a la pila bautismal en un hilo de esperanza (¿qué desea el que escribe sino ver los días de otro modo?). Y asciende en la noche, hasta el Ponte Vecchio en óxido de luces, la desaparición exacta de la ausencia que la arroja, sin conjeturas ni duda.






cavidad hueca


¿Oís? Es música.
Es el corazón de un gorrión; su  latido.
Es amplio.
Amplio el silencio, y tampoco.
Tampoco es.
Pero da cuenta, aproximada
de la extensión de campo a campo de la muerte.

La música
de un corazón
de un gorrión.

Cerrá los ojos
ahora.

Ahora
¿oís?




Así.





 Así, pero peor                                                 










desaparece.












non-return

Paraje herido bajo cero, menos que ceniza, la gran distancia acumula su gran estancia sin techo.
Algo maleza en los duelos, con demasiada gula o redundante avaricia, más impalpable que aire.





genealogía

      Vengo de mi desaparición. De un constreñido agujero, oscuro e insonoro, llamado madre. Y luego, la conciencia de esculpir sobre vacío azar seminal sin plan ni forma (instante de la música al ahogarse).
       Vengo de apreciar a mis muertos por sus despobladas mejillas y sus ausencias tan carnales en el fragor de una inhalación y otra, desde que el ejercicio de respirar se amotinó en la infancia; y el cuerpo era de techo y el nombre era del asma hasta nombrar al aire; a su puerta cerrada con golpes y falta.
        Vengo de agua subterránea con tufos como un crimen a escasos intervalos. Una música maltrecha, medio roer y ya es partícula; avena. Beso de astillas.







asmah


-Lo llevo a los médicos, tiembla y apenas puede respirar, no se demoran mucho tiempo en verlo y exclaman, asma, asma, como si esas fueran unas sílabas irrebasables (…) -

José Lezama Lima









*
                                                el país del amor es tan oscuro como el de la muerte
                                                                                                                                    Selva Casal

la luz de la lluvia sobre el cemento la luz como un humo de abajo parece un fondo de agua en el patio se abre parece mueve eslabones de un cuerpo al acecho el rastro de un pájaro del horizonte donde una espalda decrece el fin de la tierra en el fin de la tierra por la ventana la luz de la lluvia sobre el cemento un humo de arriba parece se funde se cierra en el patio en el fondo de un pájaro el tórax se inunda en donde las niñas están arropadas la casa es oscura





*

como a umbral se va por el encuentro fui a las señas cierto gesto no fue quicio ni rincón fue intemperie todo afuera y la mirada enturbiada fue de un costado torcido la refracción como ulcerada agua dulce tras la crecida sólo la aureola regresa y lo intenté nuevamente volver las señas en marcas como la espera o su sombra pero la imagen no se sostuvo todos mis ojos viciados como de niebla la tierra la impenetrable fractura como una réplica asciende multiplicada supura pero ya nadie responde cómo aquí nadie da talla de repartir la justicia se andan mojando los labios en la palabra consuelo





*
  
la casa ínsula persiste destierro de habitantes respondiéndose en los muros y las sombras pasajeras del exterior por la ventana no miran hacia moradas ruinosas pero señalan instantes en los revoques rajados como si un fisco de la desolación merodeara y se llevara un registro de los pasos ya pisados tan anclados a una espera como pontón a último puerto no será más tierra que cimiento atándose la vertical la tiranía nocturna con la caricia de los árboles al fondo donde a veces sus palabras silban a lomo de techo lo llamado mundo más allá cierto perfume de viento nunca sucedido





*

la grieta en la tierra sube a mis piernas la calle termina su vuelta los autos de noche una luz amarilla se suelta y se enferma un espacio bañado de luz interrogan a un hombre le quiebran a mazo los huesos a mazo le quiebran rodillas le arrojan lo doblan al fondo lo aplastan enormes rodillas quebradas el número asciende la grieta en la tierra mis ojos clavados descalza en el borde los gritos de abajo me jalan estiran la sangre cerrada a eslabones crepitan mis ojos un muro reseco




*

como las palabras se dan contra la carne se dan buscando salir a encontrarse en el mundo a enmudecerse se dan como uñas contra la tela se arremolinan golpean se cuajan adentro del túnel no pueden vaciarse no pueden cambiar su destino se arrojan las nada piadosas contra los dientes como eslabones de un cuerpo se cierran a una le cansan la noche disparan el asma le cargan el pecho la infancia apretada aquella franela de los camisones llegaba el doctor y abría ventanas señora le sacan el aire con tanta frazada y el querosén de la estufa la están asfixiando




*

los accidentes a pequeña escala las cosmogonías desatadas imprevistas una calle se detiene un siniestro en una esquina unos fierros apretados unas niñas enroscadas en retuerzo de metal unos ojos que cruzaron el blindaje de las puertas las zozobras enterradas como crece por la boca la marea sin aviso en las costas japonesas en los diques de los cuerpos cuando sudan bajo el techo de la noche se desciende toda sucia la resaca trae niñas desde el fondo tan ahogadas apretadas en los huesos en las casas entre chapas andan perros casi en cuero sólo cuelgan de su sarna




*

cómo las niñas si estaban ocultas quedaron abiertas y estaban guardadas del lado que duermen las flores a oscuras recelan su rostro afuera está el frío y un paso adelante se hamacan al miedo se arrojan al cielo rodante de nubes ventanas reflejos allá entre los autos los chasis golpeados se apropian del brillo puñales al sol las niñas tiradas tan hechas pedazos y allá en el semáforo es otra de brazo extendido se esmera amor mío y no hay donde asirse ninguna moneda ablanda un invierno





*

un tipo remado de manga en basura sisea su hambre y al cuello el vecino un diente del diablo lo muesca hasta al fondo del tajo alojado en las cosas fijado el oído se sienten las fauces al muro al asfalto las casas que caen de espalda sin pausa o silencio así es amor mío roído país me trepa los brazos desborda en abrazos derrama de muertos boqueras abiertas la piel en el  musgo





*

huesitos al aire un pájaro caído una rata acarrea promesa de un vuelo furtiva arrastra su sobra y parece el azar un arquero implacable dispara impecable la tarde en la casa dispone en el fondo la muerte perfecta la aguja el reloj los golpes a maza parece que al lado ya están de reformas





*

las cosas se están cansando piden bajar de sus cunas los niños golpean la panza a sus madres piden volver piden mamá sacáme de acá mamá regresáme al agua sin luz sin fin sin origen un ángel cayó la carne del grito el agua subió los niños las cosas chillaron las manos arañan los bordes se alejan








ah!










d i s p e r s i ó n







;

nadie sale sin mancharse

del borde de un reflejo

a contra luz del río



                                               -turbio engarce con muertos










prestada intemperie

La resaca de la imagen es yerra humeante en el descampado de la memoria escrita y arde en el lugar justo de su desaparición…

                                            Botellas rotas, desperdigados pedazos, y una luz, desde quién sabe cuándo, encendida; de una lámpara de pie, volcada. Un vaso con whisky sobre la mesa sucia, abandonado; como el jardín y el baño. La piedra laja de la cocina, tomada a partes, por una mata rastrera.
Afuera llueve. La ropa hace un sonido de chicote cuando cede, como aferrada al aguacero. ¿Por qué retorcidos harapos remontan sin sus cuerpos hasta quedar suspendidos?,  ¿por obra de qué puerta, frente a nosotros, vencidos en el piso?                                                                                                      
                                                                                                              Como si fuese el último diluvio…

Catástrofe y catástrofe, pespuntan incipientes, en ruinas como amparo, las hiedras salvajes después de los desastres. Siempre un paisaje viejo, intemperie de bestias amorosas, abandonado y fiel.

(a Roberto Genta)






anhedonia

La niebla le ha perdonado casi todo. Unos pasos más allá, nada hay en torno ni nadie lograría divisarle. Observa aguas iguales a mucha distancia de los hechos, como un Heráclito de orilla vuelto roca. Tararea, algo roída, aquella letra de andar sin pensamiento. Las frases precedentes flotan en algún lugar externo al radio de la bruma, espesa, junto a escenas venidas como de a mechones. Como ahogados sacados a intervalos del agua y por los pelos. Como el río, adelante, desaparecido unos pasos más allá, sordamente.

        Un ojo melancólico, su última catástrofe: el paisaje, borroneado detrás de un vidrio mojado, apenas ofrece señas o ruidos sueltos, de procedencia adulterada.






cinerario

Esto es lo que queda, madre: un púgil de preguntas en única heredad: el fondo de tu costurerito con hebras de colores. La delgadez del rastro luego de un gran fuego: un par de quejidos en plena medianoche. Una paz ganada a fuerza de tristeza; a fuerza de humo. Monólogo célibe por no dar blanco a un exhorto. Porque no hay blanco alguno ni cosa parecida. Y no hay oído que capte mismo silencio que ulula sobre los techos vecinos, cuando me veo abandonada de fotos y palabras contra el piso, un golpe sin sonido. Y mies de mal gusto, el gusto de la boca, la rendición al hecho: los días por delante ganándose una forma. Deuda volátil con paga dura.

Pequeña caja metálica; tu nombre en ella. Las rocas, cerca de donde inventé que cierta vez fuiste feliz. Viento calmo y agua oscura.





melodía rota

< 
hay quienes pastan el sueño a varios pisos de altura
a varios perros del cerco

mas la noche                                                            semoviente
                         
                               ejerce bajo suelo la horadación
                             
                               y no hay ladrido tan fiero ni elevación posible 
                               capaz de silenciar el griEterío.


> 
la ciudad se demora
sobre caballos muertos

















*




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