© Antoine D'agata.
A mi madre
No somos más que piel al viento, con los
músculos tensos contra la mortalidad.
Djuna
Barnes
manada
–intro--
Aquellos animales. O, mejor, aquellos signos o huellas de
pequeños animales que nos despertaban en la noche, inmaculando la pared frente
a los libros, con un fondo de sangre espesa que borboteaba de quién sabe qué
sótanos. Aquellos animales de destreza que regresaron en forma de túmulo
invisible y de la boca de esa mujer se hicieron de la carne royéndola hasta el
barro. Aquellos animales, y estos: los que encintan a la música y provienen de
un lugar desguarecido.
para
un responso
i
Nadie escribe en juicio de su
hora ni afirma su procedimiento de rescate sin al menos cometer un error de
afirmación sobre el mundo, con la verdad incluida, incluida su posibilidad, en
negación o escombro. Si digo sola,
junto a la tarde en que murió mi madre ¿será como una tarde para el que lea,
con un acento en un final de melodía?, ¿o marcas negras a fichas blancas al
descender la página, como de un piano la escala de las teclas? ¿será una
preñada aparición flotante en agua estancada para una sed de nadie?
( ¿de qué brazo le
asisto ahora para doblarse y beber? )
ii
Si el pájaro que picotea al medio
de la casa, en la caja craneal, triscada bulonería de pulmones, está
llamándome. Con un sonido incandescente, está llamándome; un Fuego de San Telmo
ardiendo entre las hechos: pasillo
de puertas blancas, tubos
y cánulas; vórtice
agonal al centro de un pingajo, como quien ata más fuerte los nudos para una red pero resbalan. O unas cuerdas de
violonchelo con una nota que
pudo nada por una madre, mía,
tallándose en pecho de mi leche la carne de su carne amputada.
iii
Trombosis. Canales de parto. Úlceras.
Costuras. Calles de pendiente pronunciada, encorvándole en sudestada, con
lluvia y mastines de patrulla casi en los zapatos. Cerrada y abierta carena el lomo, yéndose a pique por diferencia de peso y
resistencia blanda.
-escalpes
de la música en ordenado réquiem
textamental
Madre fue esa gente que quiso a los corderos
tanto que los medró hasta un corral de tristeza y yugo; peregrinación a la
muerte por donde había pasturas. Bellos relatos verdes, allá lejos, bien allá
de los hijos
de los hijos
de los hijos
Ahora esos bichos no saben lo qué hacer. Que
nada vale de lágrima cuando feroz es el día; la sucesión de los cielos sin ni
siquiera belleza.
Sangre sí; cotidiana ley. Progresión a la
falta de figuras en posición residual. Y en el centro del pecho la herida de la
falla iluminando la noche hasta la noche final. Eso me dio madre por
nacimiento: un foco entre los huesos por donde me asolo en tonos de apagar. Y la
música, de cables y nuditos; de lo que pueden y/o rompen.
campo de promesas
El paisaje: esa porción de tren
desapareciendo, en un país donde los trenes son fábulas inglesas con vías
oxidadas y yuyos; pueblos vacíos con puertas carcomidas y fuera de escuadra,
acuchillando espacios con algún rayo de luz y ningún habitante. La música nace
de esa oquedad del tiempo y allí se queda, como acordando alguna fe secreta con
el futuro que fue.
aparecimientos
Se arquean largos pastos de orilla mecidos por la corriente, en un
planeta que figura a un planeta con largos pastos de orilla, mecidos por la
corriente.
Hay agua de Tarkosvsky lloviéndose en el té a la hora de una madre y su
desdicha.
habla de madre
Quien habla de madre habla de una fe y una
teoría. Ambas cosas imposibles de moldear una forma fidedigna de modelo con
idea. Quien habla de madre no habla de madre sino de habla de sí. De escamoteo mutuo
entre limpias intenciones y cordaje traccionado por interrogación: ¿por qué del
padre la habitación tan ancha? Tan ancha y tan vacía. Y sin embargo madre,
obligada como de a dos columnas, pende su reseña y repasa frustración en
llantos dominicales, cuando no se trabaja el triple de cada cuadrante que tiene
cada día. Por cuatro bocas que almuerzan en silencio, también y sólo los
domingos. Y sólo en ese día, que Dios que nos descansa, saciábamos la ira de la
ciudad y la mesa. En el lar semanal de ínfimas desgracias, en un país ahogado
con extraños ahogados venidos a las costas (la casa, desalmada, hería de
goteras si llovía).
Habla de sí en niñas de asoladas de espanto
general desconocido. De cuentas iguales a puntas pendientes por los lados
opuestos al cordón que las unió.
Yo le debía esta canción…[1]
…mas la música se quiebra en griterío, ruido
de objetos que estrellan
y sin embargo
Yo le debía esta canción a usted…
…mas la música se quiebra, retuerce
habla de sí.
[1]
Eduardo Daurnauchans
melodía rota
<
parte de promesa.
parte de sombra
juego de
sol sobre una higuera
parte de
niña
arrojada
a soledad convexa.
una casa
con fondo
un país
lleno de muertos
>
la geografía de la luz
es un espejo hecho pedazos
irredentos
La devastación ya no será posible. Quien
ejecutaba los dones se ha quedado suspendido por obra de entrañables
maravillas. Tal cosa sucedió antes de desplomarse la música: la devastación.
Un sujeto babeante, con manos vacías y ojos
abiertos, ampuloso de fasto y roedores.
Melodía comatosa que a nada aspira y a nada
embellece.
spectrum
y ahora, madre, ¿aquel sueño de la música?
la armonía de los justos ¿a qué huevo de
cristal, a qué museo?
¿dónde la melodía exacta para un solo,
en-ese-nuestro-instante?
¿entre maleza o erial?, ¿cadáveres o flores?
la sombra de la palabra (la que no tiene) son todos mis intentos
-y siempre es más voraz-
La aflicción, como una piedra…
(en mi cuello,
en el fondo de mí)
Diario
de Duelo, Roland Barthes
boca cerrada
en alabeada silueta
y la plomada
interna
clavada estocada
el
olor de lo vacante
En el fondo, perdidas, todo tipo de figuras,
con una soga al cuello de la música. Ahorcadas cuando se vino a pique, asaltada
en el medio de los aires. Eso será todo: un recuento de habitaciones repletas de
ropa usada y vajilla; de sillas para nadie.
(como amontonados peces, venidos a la orilla,
tras repentina peste)
residencial
sombra
sinuosa / doble / deforme
de las espaldas de tres ancianas
ignorantes
a la burla soez
de tal silueta
que les apunta con la lengua a las orejas
y afila
uñas ocultas
en el mullido sillón
donde sentadas y silenciosas
la esperan sin conocerle
garra tenaz, rajando
un cielo interminable:
el techo que absortas contemplan hoy
-y ayer ayer ayer
(un cielo interminable)
textura
áspera
No hubo más espera ni dolor de la paciencia.
Las uñas miraron hacia abajo y se enterraron, a partes iguales, en cavidades
blandas y pan duro. La música dejó gotear de la cuchara a la boca del autista
sus últimos retozos en el aire. Volutas desinfladas o cadáveres después de haberse
debatido como si fuesen grumos. Puro pellejo vencido, declinó y se arropó como
textura áspera sobre los pisos y altares. Y en muslos de ancianas mirando desde
adentro el acartonamiento: lo último de savia de unos árboles, la última
vereda. La escena final, por una ventana, del sueño de la música después de
detenerse.
bocetaje
a culpa
Madre fue esa gente tragada por el aire que
faltó cuando la música se desmayaba en posiciones azarosas de la calle; o en
lienzos craquelados de viejos óleos, en malos cuadros de un mal pintor.
los
acechos
Su confusión leudó los días hasta convertir
las fechas en caldo de Universo antes de ser prefigurado bajo ese nombre y en
letra capital. Antes de apagársele la mirada en el damero negro-marfil del
piso. Sumergida en un espejo ahumado impenetrable, igual que cristal se hacen
los lagos en zonas frías, su rostro perdió los dientes no sin antes dentellar;
pero por los ojos. Para asirse a la escalera donde ser por la palabra. Hondura
imposible de cada silencio, medido según la cerradura que lo instala, no hubo
más sonido que el de una vaina resecándose en todas sus facciones. Hundidos por
ese crepitar, también perdió los ojos. La sombra del cuerpo reptó por la sábana
hasta fundir formas enteras debajo de la luz.
Porque son tendones, a dedos anudados, estoy
diciendo carne. Y el día que se le fue tiñendo, de súbito, viento que volcó
calles viniendo de la rambla, a oscuras. El barro de las noches, las noches de
peligro. Y los vestidos pavorosos de Beatriz ahogada por voluntad de suicidio,
entre las rocas, subiendo como vapor de los secretos a sus oídos, mientras
miraba a los costados. –¡Mamá, viste un fantasma!- (¿las tretas de la
temeridad?, ¿un ángel de la guarda?) Llegada la enfermera, clavada en otro
personaje de las fechas, huía señalada; y al médico respondía: Año 1977; esa es la jefa de las torturadoras.
Y así vino y se fue; viajó por el vientre de los miedos tres décadas y media.
Estoy diciendo carne. Carne atravesando la
turbulencia final de cada duración como una nube de escenas, incesante, sin
hilo ni salida.
Nada responde, fetal y autónoma. Las
referencias son islas del lenguaje, unidas a puentes de deformada largura. Y si
no, está averiada en el patio trasero, destino del ocaso. Como si hubiese
perdido algo más que este lado de los hechos. Y descolgada de toda música o con
la música más íntima, deja caer una palabra: Himenópteros. Y la repite; e identifica algo en el espacio, entre
su mundo y el nuestro: Himenópteros. Son
Himenópteros. Hasta ahí, lo último por parte del esqueje: el orden de los
insectos de alas membranosas, tal vez ruidosos en su cabeza o dando círculos
sobre la nada.
figuraciones
i
Esto que se lee es distancia desde la hoja en
blanco de la ausencia al ruido de unos pulmones como válvulas a punto de
fallar. El rostro carcomiéndose en escalada de brazos y piernas; territorio de
racimos cortados, ávido de multiplicación. La trayectoria completa entre la
puerta de la habitación y el lecho donde yace, tufoso mar amarillo.
ii-a
Implora por los ojos. Y no son más que
funciones rogando caer fruto del árbol junto a la mismísima serpiente. Caer y
pudrirse ya, harto de pender de la culpa y del cuerpo que la engarza en un
dolor gastado.
ii-b
Todo se cansa; pesa. Ata la cornisa; suena a desatarse.
iii
Vitrinas y vitrinas de pájaros, con cuentas
de vidrio por ojos y pico a medio trinar, las ventanillas paralelas del
traslado en ambulancia con sirena bajo lluvia. Edificio de pasillos y pasillos,
enhebrado por ampulosas salas de taxidermia para una sola persona que no las
pudo narrar.
iv
figuraciones
¿qué otra cosa nos fue dada a imagen y semejanza?
ajeno
animal propio
Últimas palabras, madre, antes de
extravagarte. Antes de yo no ser hija. Antes de yo no ser más que sombra de una
cueva inaccesible, reflejo de qué idea, cuando la mirada desciende a la morada
de lo animal agónico; y no hay tal reflejo ni tal sombra. Y ya no era hija la
que es cuando escribe: ojos de perra
moribunda aquello que miraba. Aquellos que miraban los rotos universos de
toda semejanza.
albura
( Praxis de anatomía.
Cuerpo configurándose umbral para la muerte. Embudo de dolor en rostro
representado de Cristo, entre otras dos almas pero en camillas. Presea pálida o
pequeño beneficio de aislar porción arrancada a un peso sin vida, que en vida
heredó algo de muerte en cotidiano blasón de una necrosa pierna. )
Un muerto sufre la hoja nueva [2]
( Disección, sin traza de quejido ni grito
desgarral, mientras lloramos a puños lo que ha podrido en palabras.
)
aguas subterráneas
El que sube a San Miniato al
Monte y enciende un cirio, cuando algún día de cuaresma los monjes están de
misa en latín y cae el sol en la Toscana; y el dorado de los mosaicos de la
fachada, afuera, dos niveles más arriba de las lápidas de la abadía, lo ilumina
todo, Dios flagrante o la trampa del Arte (¿qué desea el que escribe sino ver
los días de otro modo?). La suspensión de los creyentes en el silencio y una
brisa, casi nada, deforma los racimos en fuego de las velas. Una sombra hincha
como una horqueta de rabdomante, doblándose por agua hacia otra tierra y
desciende a humedecerse a la pila bautismal en un hilo de esperanza (¿qué desea
el que escribe sino ver los días de otro modo?). Y asciende en la noche, hasta
el Ponte Vecchio en óxido de luces, la desaparición exacta de la ausencia que
la arroja, sin conjeturas ni duda.
cavidad
hueca
¿Oís? Es música.
Es el corazón de un gorrión; su latido.
Es amplio.
Amplio el silencio, y tampoco.
Tampoco es.
Pero da cuenta, aproximada
de la extensión de campo a campo de la
muerte.
La música
de un corazón
de un gorrión.
Cerrá los ojos
ahora.
Ahora
¿oís?
Así.
Así, pero peor
desaparece.
non-return
Paraje herido bajo cero, menos que ceniza, la
gran distancia acumula su gran estancia sin techo.
Algo maleza en los duelos, con demasiada gula
o redundante avaricia, más impalpable que aire.
genealogía
Vengo de mi desaparición. De un constreñido agujero, oscuro e insonoro,
llamado madre. Y luego, la conciencia
de esculpir sobre vacío azar seminal sin plan ni forma (instante de la música
al ahogarse).
Vengo de apreciar a mis muertos por sus despobladas mejillas y sus
ausencias tan carnales en el fragor de una inhalación y otra, desde que el
ejercicio de respirar se amotinó en la infancia; y el cuerpo era de techo y el
nombre era del asma hasta nombrar al aire; a su puerta cerrada con golpes y
falta.
Vengo de agua subterránea con tufos como un crimen a escasos intervalos.
Una música maltrecha, medio roer y ya es partícula; avena. Beso de astillas.
asmah
-Lo llevo a los médicos, tiembla y apenas
puede respirar, no se demoran mucho tiempo en verlo y exclaman, asma, asma,
como si esas fueran unas sílabas irrebasables (…) -
José
Lezama Lima
*
el país del amor es tan oscuro como el de la
muerte
Selva
Casal
la luz de la lluvia sobre el cemento la luz
como un humo de abajo parece un fondo de agua en el patio se abre parece mueve
eslabones de un cuerpo al acecho el rastro de un pájaro del horizonte donde una
espalda decrece el fin de la tierra en el fin de la tierra por la ventana la
luz de la lluvia sobre el cemento un humo de arriba parece se funde se cierra
en el patio en el fondo de un pájaro el tórax se inunda en donde las niñas
están arropadas la casa es oscura
*
como a umbral se va por el encuentro fui a
las señas cierto gesto no fue quicio ni rincón fue intemperie todo afuera y la
mirada enturbiada fue de un costado torcido la refracción como ulcerada agua
dulce tras la crecida sólo la aureola regresa y lo intenté nuevamente volver
las señas en marcas como la espera o su sombra pero la imagen no se sostuvo
todos mis ojos viciados como de niebla la tierra la impenetrable fractura como
una réplica asciende multiplicada supura pero ya nadie responde cómo aquí nadie
da talla de repartir la justicia se andan mojando los labios en la palabra consuelo
*
la casa ínsula persiste destierro de
habitantes respondiéndose en los muros y las sombras pasajeras del exterior por
la ventana no miran hacia moradas ruinosas pero señalan instantes en los
revoques rajados como si un fisco de la desolación merodeara y se llevara un
registro de los pasos ya pisados tan anclados a una espera como pontón a último
puerto no será más tierra que cimiento atándose la vertical la tiranía nocturna
con la caricia de los árboles al fondo donde a veces sus palabras silban a lomo
de techo lo llamado mundo más allá cierto perfume de viento nunca sucedido
*
la grieta en la tierra sube a mis piernas la
calle termina su vuelta los autos de noche una luz amarilla se suelta y se
enferma un espacio bañado de luz interrogan a un hombre le quiebran a mazo los
huesos a mazo le quiebran rodillas le arrojan lo doblan al fondo lo aplastan
enormes rodillas quebradas el número asciende la grieta en la tierra mis ojos
clavados descalza en el borde los gritos de abajo me jalan estiran la sangre
cerrada a eslabones crepitan mis ojos un muro reseco
*
como las palabras se dan contra la carne se
dan buscando salir a encontrarse en el mundo a enmudecerse se dan como uñas
contra la tela se arremolinan golpean se cuajan adentro del túnel no pueden
vaciarse no pueden cambiar su destino se arrojan las nada piadosas contra los
dientes como eslabones de un cuerpo se cierran a una le cansan la noche disparan
el asma le cargan el pecho la infancia apretada aquella franela de los
camisones llegaba el doctor y abría ventanas señora le sacan el aire con tanta frazada y el querosén de la estufa la
están asfixiando
*
los accidentes a pequeña escala las
cosmogonías desatadas imprevistas una calle se detiene un siniestro en una
esquina unos fierros apretados unas niñas enroscadas en retuerzo de metal unos
ojos que cruzaron el blindaje de las puertas las zozobras enterradas como crece
por la boca la marea sin aviso en las costas japonesas en los diques de los
cuerpos cuando sudan bajo el techo de la noche se desciende toda sucia la
resaca trae niñas desde el fondo tan ahogadas apretadas en los huesos en las
casas entre chapas andan perros casi en cuero sólo cuelgan de su sarna
*
cómo las niñas si estaban ocultas quedaron abiertas y
estaban guardadas del lado que duermen las flores a oscuras recelan su rostro
afuera está el frío y un paso adelante se hamacan al miedo se arrojan al cielo
rodante de nubes ventanas reflejos allá entre los autos los chasis golpeados se
apropian del brillo puñales al sol las niñas tiradas tan hechas pedazos y allá
en el semáforo es otra de brazo extendido se esmera amor mío y no hay donde
asirse ninguna moneda ablanda un invierno
*
un tipo remado de manga en basura sisea su
hambre y al cuello el vecino un diente del diablo lo muesca hasta al fondo del
tajo alojado en las cosas fijado el oído se sienten las fauces al muro al
asfalto las casas que caen de espalda sin pausa o silencio así es amor mío roído
país me trepa los brazos desborda en abrazos derrama de muertos boqueras
abiertas la piel en el musgo
*
huesitos al aire un pájaro caído una rata
acarrea promesa de un vuelo furtiva arrastra su sobra y parece el azar un
arquero implacable dispara impecable la tarde en la casa dispone en el fondo la
muerte perfecta la aguja el reloj los golpes a maza parece que al lado ya están
de reformas
*
las cosas se están cansando piden bajar de
sus cunas los niños golpean la panza a sus madres piden volver piden mamá sacáme de acá mamá regresáme al
agua sin luz sin fin sin origen un ángel cayó la carne del grito el agua subió
los niños las cosas chillaron las manos arañan los bordes se alejan
ah!
d i s p e r s i ó n
;
nadie sale sin
mancharse
del borde de un
reflejo
a contra luz del
río
-turbio engarce con muertos
prestada intemperie
La resaca de la imagen es yerra humeante en
el descampado de la memoria escrita y arde en el lugar justo de su
desaparición…
Botellas
rotas, desperdigados pedazos, y una luz, desde quién sabe cuándo, encendida; de
una lámpara de pie, volcada. Un vaso con whisky sobre la mesa sucia,
abandonado; como el jardín y el baño. La piedra laja de la cocina, tomada a
partes, por una mata rastrera.
Afuera
llueve. La ropa hace un sonido de chicote cuando cede, como aferrada al
aguacero. ¿Por qué retorcidos harapos remontan sin sus cuerpos hasta quedar
suspendidos?, ¿por obra de qué puerta,
frente a nosotros, vencidos en el piso?
Como si fuese el
último diluvio…
Catástrofe y catástrofe, pespuntan
incipientes, en ruinas como amparo, las hiedras salvajes después de los
desastres. Siempre un paisaje viejo, intemperie de bestias amorosas, abandonado
y fiel.
(a Roberto Genta)
anhedonia
La niebla le ha perdonado casi todo. Unos
pasos más allá, nada hay en torno ni nadie lograría divisarle. Observa aguas
iguales a mucha distancia de los hechos, como un Heráclito de orilla vuelto
roca. Tararea, algo roída, aquella letra de andar
sin pensamiento. Las frases precedentes flotan en algún lugar externo al
radio de la bruma, espesa, junto a escenas venidas como de a mechones. Como
ahogados sacados a intervalos del agua y por los pelos. Como el río, adelante,
desaparecido unos pasos más allá, sordamente.
Un ojo melancólico, su última catástrofe: el paisaje, borroneado detrás
de un vidrio mojado, apenas ofrece señas o ruidos sueltos, de procedencia
adulterada.
cinerario
Esto es lo que queda, madre: un púgil de
preguntas en única heredad: el fondo de tu costurerito con hebras de colores.
La delgadez del rastro luego de un gran fuego: un par de quejidos en plena
medianoche. Una paz ganada a fuerza de tristeza; a fuerza de humo. Monólogo célibe
por no dar blanco a un exhorto. Porque no hay blanco alguno ni cosa parecida. Y
no hay oído que capte mismo silencio que ulula sobre los techos vecinos, cuando
me veo abandonada de fotos y palabras contra el piso, un golpe sin sonido. Y mies
de mal gusto, el gusto de la boca, la rendición al hecho: los días por delante
ganándose una forma. Deuda volátil con paga dura.
Pequeña caja metálica; tu nombre en ella. Las
rocas, cerca de donde inventé que cierta vez fuiste feliz. Viento calmo y agua oscura.
melodía
rota
<
hay quienes pastan el sueño a varios pisos de altura
a varios perros del cerco
mas la noche
semoviente
ejerce bajo suelo la horadación
y no hay ladrido tan fiero ni elevación posible
capaz de silenciar el griEterío.
>
la ciudad se demora
sobre caballos muertos
*
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