miércoles, 21 de marzo de 2018

tarabust






©  Alejandro Durán











El desastre cuida de todo.

Maurice Blanchot.








[…]
Viniera,
viniera un hombre,
viniera un hombre al mundo, hoy, llevando
la luminosa barba de los
patriarcas: debería,
si de este tiempo
hablase, de-
bería
tan sólo balbucir y balbucir continua,
continua-
mente.

Paul Celan por José Ángel Valente



Aquello que está en mi pensamiento me pertenece sólo a mí.
Pero el yo no se pertenece a sí mismo.
El fantasma es la visión involuntaria que obsesiona.
El tarabust es la molécula sonora involuntaria, acechante,
atormentadora, lancinante.

Pascal Quignard







hablo
(digo que hablo)
como si la figura aún completa
pudiera ser gobernada
por la previsibilidad de la escucha.

no los muertos que hablan. No.

los que se detienen a escuchar.

los que se detienen. Quedan
en el vacío
de los escombros de la catástrofe.

como si la figura aún completa
pudiera ser
aún








hablo, concepto, sin cualidad, con los fantasmas hablo, y, no, no les entiendo, no les entiendo lo que me dicen, lo que regresa queda, entre llaves de interrogación, queda, y, sucede, sucede así, de pronto, ha desaparecido todo, todo, fue, sólo, sólo es una visión, un encandilamiento, después, después, preguntas, la suspensión, el chisporroteo de la violencia negra, un fondo de ciudad en donde vuelan papeles, y, otra vez, lector, otra vez, concepto, con los fantasmas, hablo, retorno, afirmo: he visto llamas sobre una carretera, la luz es una luz rural pero después de que la tierra será deshabitada, poderoso el silencio del fuego solar contra la oscurana verde de las pasturas, los salpicados carteles de la publicidad apenas dejan leerse o están partidos al medio, las paredes de eucaliptus interrumpen la continuidad plana de las largas distancias y un rayo de dolor quema el resto de la región del fin del mundo, donde, de pronto, ha desaparecido todo y, sin embargo, hablo, lector, les hablo, o los fantasmas, sin entender lo que me dicen, ofrecen, en ese andar de golpes, fracturas, zanjas insalvables, una jerga tan particular de muertos de un pasado con muertos que vendrán[1]: cierta dádiva de cualidad insolvente.









esperar y, y no, no saber, no saber ¿qué? que llegaría, así, sí, un instante, un instante tan, tan deshecho, tan hijo muerto, entre los brazos, sí, un hijo muerto y, no, no saber, no saber qué, que se suspendería como un deambulatorio, digamos, en parálisis, la maravilla desnuda, desnuda más desnuda, a nuda luz, desnuda, quemada, quemada claridad, luz-nuda-arborescencia, intransigente, el peso de un silencio al pie de una escalera hasta, hasta una mancha, ágil, mancha qué, que fue un sobre, recibo, un recibo, una factura que alguien deslizó por debajo de la puerta, un aleteo y el hambre en los oídos, respiración-menuda-antena, un instante, una geografía de cierta nitidez, con sus desfiguraciones, tartamudas sendas, arenales soles, extensos, casi casi interminables, de seca lucidez.








entre el instante y la eternidad, Uno en Todo, recuerda, recuerda, repite, repite en un último delirio febril, Virgilio, recuerda, escribe Bröch, sobre cierto motivo, repetido, un galope de palabras deformándose en la pared iluminada por las antorchas, cómo, como ese árbol de pájaros de fuego, presión alucinatoria modulada por vocablos, vueltas y volutas de la habitación de un moribundo, escribe Bröch desde una celda, un llamado impertinente que al poeta clásico se le avecina como un mazazo de la muerte, del poder, del arrebato del poder, escribe Bröch, exhausto, a contra pelo, si hay tiempo restante de gritar, de gritar contra el tiempo restante, contra las palancas que lo desatan, su apuesta, contra papeles que deberían sobrevivir sobre otros que se han deseado quemar, como una mano que escribe sobre la mano de lo que ha escrito el afiebrado en la prisión del cuerpo antes, antes de disolverse en la mañana de los diálogos de quienes vienen a verle en agonía y, no, no respetarán, no respetarán aquel último deseo, escribe Bröch sin red, ignorándolo, a puro riesgo, si aquellas horas no correrán la suerte exacta, contraria, con otra muerte en la nuca, entre el instante y la eternidad, Uno en Todo, un deseo, un deseo en simetría inversa.










se podría afirmar que quien no tiene ya más por decir, no tiene absolutamente ningún tipo de vínculo, más o menos cercano, con una voluntad y, digamos, por añadidura, se deja arrumbar en una suerte de interioridad con eco, sin ninguna ligazón visual, teleología convincente, ímpetu hacia nimiedades convencionales: hábitos de higiene, tendencia a los desplazamientos, registro de los mismos, curiosidad o extravagancia y, sí, así, de forma más común de la que a uno le pueda parecer, la ciudad se ve revuelta de una sordidez que asombra, y, no sé, digo: ¿por qué? por qué, digamos, asombra, ¿no? tal cosa: que quien ya no tenga nada por decir olvide o entierre las formas de una perentoria demanda en un conjunto más primario de conductas: matar o perecer pero, pero sin palabras, palabras que alcancen a cierta entidad corporal antes del cuerpo del acto, ni mediación entre el sostén de un relato y el campo de la acción.







la amontonada verdad de los sitios abandonados, los deseos desligados, ya, de algún contexto andante, las formulaciones expresadas en su ensimismamiento, los sólidos murmullos de las mudas familiares, madres, digamos, promesas, hechas añico, reboso, muñeca de loza, imagen registrada sobre un trapo en una feria: botellas vacías, matrículas vehiculares fuera de circulación, ropavejero o conjunto material de mañana con sol en un rincón de cielo que por la noche es fantasma, en la rompiente del río, como mar, el río, el mar de muertos sin moridero fijo, quién sabe qué guijarro, qué playa, por lija del trabajo del agua en la frontera con tierra, ahí, justo, el cristalino de un silencio, ojo fijo, multitud, con tentación perchenta de geografía humana, opaca, indiferente, ahora, ahora sí, lector, llegado acá, sí, si me permite, si me permite vocearle, de igual a igual, salive, sí, el odio, che, por cierta parte donde se es pulcro, se vanguardiza un modelo, un personaje, una farsa, conmutación de dos botones en una máquina de tópicos: monto de impuestos, viajes al exterior en buenas cuotas amortizables, culo ancho con buena inclinación al chivo expiatorio: basura, chapa, orín de vía pública, seguridad ciudadana, barra brava de las hinchadas de fútbol, territorios comanche, planes sociales, fumigación a gritos, palurdez híbrida de Homero/Josef K.: funcionario de la planta nuclear de Springfield a escala de Ministerio Público de una “máquina de pasto”[2], “de una máquina perforadora que podía dar cien golpes por minuto”[3], conmutación de dos botones, secuela urbana de patrimonio por asuntos de cultura con aspectos ignorados de barbarie, lectura tuerta acerca de los denarios que ha sepultado cada héroe nacional en eso que fue dotado a Patria, a excusa, a Leviatán, a metros cuadrados de shopping center por habitante distribuidos equitativamente un día de Black Friday, con laico emblema bobino-religioso, heráldico, y seco, seco como parto de gallina, ligado por una postura territorial de cúbito dorsal a un curso de agua, al oriente, en lo que ES por el NO su afirmación, ausencia, justa, con el motivo justo (estilo -que le dicen) donde se entona al tremolar, al tremolar, a esa altura, de mástil, de relieve penillano, cae, cae, ya cayó, desde otra clase de altura, digamos, de tipo metafísica, en ciertos elementos, afrancesados, alambrados, enrejados como, por ejemplo, balcones, dos terceras partes solteros durante el año, u otros paisajes, iluminados con el agua del mercurio de la niebla sobre extensiones de soja (canturrea un camionero de mandíbula asperjándose (hay un sonido a dentadura (bruxismo))) cómo, como putrefacción al pico de un carancho, pues, de qué otra, de qué otra cosa ser hablante, verbo, res, sino rumiante de un idilio con la muerte, a trompicones inclinándose en la autopsia del cuerpo fracturado entre lo que quiso y el sobrante de esa querencia, pero en molicie, digamos, desajuste y elección en recrear por falta de un modelo o bien ya contaminado o un material de duelo de futuro, cualquiera sea el desastre que nos demos en listar como suerte de discurso, (e)videncia, zureo del tipo en el parque: cartones, perros, chinches, envases plásticos, tutela de Monsieur Ducasse-“nacido de acá”[4], en ciertos temporales sobre la Rambla Sur, con maldición que no presta talla, talla alguna, sin despojar un tono enriquecido, químico, en bocas de tormenta, cañadas entubadas a metros por debajo del suelo, relato histórico de unos cajones de pino a la deriva por un arroyo con cierta inundación, o en brazos maniatados de ciertos chinos encontrados en viejos comunicados, de periódico, en sepia, hasta presente costumbrista de humanos desmembrados en unas bolsas negras, los del fondo, los tubulares del Norte, en fin, los diferentes borrones, inmundicias, tachaduras, terraplenes, en el cadáver cósmico, a engorde, del índice de riesgo país, inversor, etc, etc, etc., sinónimos, sinónimos, florilegios, vanas alegorías deste fluir mercantil en el brotar la lengua: conjunto material de mañana con sol en un rincón de cielo que por el habla es cautivo.







e-e-e-en
la captura masiva de las palabras por parte de los informes diarios, de las transacciones móviles, de los volúmenes máximos, de las listas, las datas, las gráficas del clima, las cargas impositivas, las tasas de embarque, de todos los valores abstractos de todo el campo significante, a quién le hablo ¿yo? en distancia, anonimato, en alelamiento, en riesgo, no, en un fracaso numérico, debajo de los escombros de un derrumbe, un derrumbe adelantado, una imagen de un derrumbe, de un derrumbe, del viento, el ángel, la Historia es trágica, la historia individual es una esquirla de lo que vuela de aquello, no es, no, no es una ley inexorable, es un destino iluminado por la mano de aquel que ve la imagen en el tiempo en una epifanía, detenida, en un momento, Uno, la mano y lo que es ¿esto? el sucesivo derrumbe, la imagen, la imagen derrumbándose, la distancia que cobra no ser presa en ausencia de manada mientras huye por razón lógica que del derrumbe desprende: una imagen de un derrumbe, un ruido, un ruido, un ruido impertinente, una molesta conversación con uno mismo, la vanidad, el fracaso, la alienación de una entidad ficticia por otra.







lo que interfiere en la capacidad de escucha es, es, es el abuso, el abuso indiscriminado, indiscriminado pero, pero tal, tal parece, inevitable, de moldear lo que el hablante dice en una cierta imagen exacta, “conforme a nuestra semejanza”[5], cómo, como digamos, una ilusión, una ilusión caprichosa, un capricho del receptor por un suelo, un suelo estable, un suelo estable y común donde las partes involucradas puedan visibilizar algo como un paisaje reiterado, dígase, por ejemplo: un titular de diario, “no hay hechos, sólo interpretaciones”[6], y, no, no sé, diría, algo, algo cómo, como una mácula necrosa del signo que del escucha cuelga, como un anzuelo, como un anzuelo que remitiera a un único, primer y/o último, fondo, nunca interludio, sólo fondo, sólo máscaras caóticas, superficies hiladas por un continuo hablado, donde el sonido, más que el propio embate de las formas concluyentes, el sonido, agregado entre otras cosas sueltas, golpeadas por un matiz corporal, ayudara más a irrumpir en un lugar inhóspito, más verdadero, digamos, por la tentación de pérdida que por ganancia de algún saber oculto que creemos entender y que nos deja, nos deja, otra vez, otra, llenos de espanto al comprobar qué, que no, no, no había tal, tal capacidad de escucha, definitiva, forastero, lector, verdadera, que no fuese, otra vez, un desconocimiento, digamos, al mismo tiempo, una frontera abierta y una revocación, una expulsión del cuerpo propio en el oído ajeno y viceversa, al fin, una lucha por integrar dos cuestas de un oxímoron, como herida y cicatriz, digamos, en ambas partes de un diálogo.







las partes, las partes extrañas, las partes qué, que no, no condicen, no, no condicen, no condicen con algo, cómo, como esperado, digamos, como esperado, o, no-no, mejor, esperable, digamos, ésas, esas partes, esas hondonadas, y la cuestión en sí, la cuestión de la espera, digamos, la espera misma, la furtiva convicción de que sucederá, algo, algo sucederá y el suspenso, el suspenso que eso provoca, eso, eso que por una instante queda, digamos, por ejemplo, como una noche sin dormir, una noche con los ojos rebosantes de cal del techo, atento el oído, la musculatura, crispada-dura-aglutinante, mientras, mientras acontece, acontece un diálogo, un diálogo, digamos, con esa especie de ente fenoménico que no podemos encauzar más que por palabrerío, mientras, mientras la espera (la espera y lo esperado) se agrupa, se agrupa en variadas figuras, desesperadas-negras-flotantes, en un espacio cercano pero, pero extranjero, digamos, como un terreno intuido que no podemos, no-no, no podemos, no, más que seguir, seguir, por una especie de frustración funámbula, porque la espera (la espera y lo esperado) no tiene objeto, o lo ha perdido, o lo ha desconocido, alguna vez, por vez primera, y entonces va, va y lleva, nos acarrea de orilla a orilla, sin ilación más que musical, a veces, con suerte, con cierta maestría, cómo, cómo, como si existiera un todo, un todo hecho de bólidos aéreos, aéreos y en colapso que aún no ha sucedido más que en ese quiste, en ese quiste de espera, sujeto y objeto, al mismo instante, de escucha y de presagio.







la aridez, la pelambre de la idea concreta, sólida, sin fisuraciones, la parolería involuntaria que se le embuda, cuando le interrumpe el sol, ¿no? digamos, cómo, como por ejemplo, si fuese luz de un sable: le corta en dos, la claridad del quehacer diario, como si un esclavo, el nuestro, de cada uno, arrinconado, de nuestra oscuridad, sale, se pone en pie, barre sus ojos entre los vivos, barre la capa de papel picado de una gran fiesta de ayer, libera su condición de tal en el desnudo del desnudo del desnudo, digamos, ¿no? la gran mentira de las pieles, y se colapsa, colapsa de la dimensión de nudos, frágiles y duros, se paraliza, con las palabras interrumpidas, y, se advierte, atento lector, ahora, entonces, desde el piso: la ciudad brota ciudad, hombres, torres de vidrio, curso de agua con un bucólico pasado de cisnes, un bucólico pasado de cisnes del que habla una guía de viajes a un escaso grupo de turistas, junto al curso de agua aludido, un día de calor, un mal olor y cisnes, sí, diríase, cisnes de plástico, en las orillas, el esplendor de la ciudad que brota de la ciudad brotada se mide en la riqueza por toneladas de basura acumulada, índice de consumo per cápita, índice de ansiedad por cantidad de recetas recibidas en farmacias, índice de suicidios por alguna explicación que no, no será, nunca será muy convincente, ni efectiva, ni fruto podrido de la melancolía, nuestra, sí, arrinconada, insistente en las glicinas y las glorietas que acompañaron la intervención urbana, dice la guía, con una capelina ridícula, bajo el sopor aplastante, entre las masas vehiculares del tráfico.







el cuerpo del amor recorre el de la muerte, el cuerpo del animal del cuerpo en las palabras, recorre, quién sabe qué distancia, black over, desaparece, la habitación ornada es un recurso asfixiante que ejerce un desafío: estar de pie, manos abiertas, al cielo, la distancia del océano parece nada cuando presiente el silencio de las ofrendas a dios nadie, regreso de la mirada febril por el derrumbe, la acatisia, el trastorno, los días de monosílabos, de dar vueltas al espacio, puertas y más puertas y, sí, así, la estela lumínica de cierto cuerpo vivo, de regreso, el cuerpo de las palabras en el cuerpo del amor recorre el de la muerte, sin cortapisas, a cada quién, sabe, el sorbo de estupor, zona indeclinable a uno en donde lo que suena es cero, punto muerto del cuerpo de las palabras, el Otro, lector, soliloquio de tamañas proporciones, en al menos un instante de jornada, la punta negra de la sombra en el exacto mediodía, sólo, esa brisa, fría, el cuerpo del amor, el beso del cuerpo del animal del cuerpo en las palabras, resigna, quién sabe qué distancia, el cuerpo de la muerte, un pie de la belleza en el vientre de su umbral, carne roja, fósforo, grafía, un campo de pintura abstracta, anaranjado, del viento, el ángel, visión de rosa de Hiroshima que no puede, imagen sobre el cuerpo del cuerpo del amor carbonizado en el animal de las palabras, esqueleto, soliloquio de tamañas proporciones, las masacres en HD que no perdonan al cuerpo de las palabras, perforación del cuerpo del amor sin práctica de fe: balística, radiación, cifras de refugiados, esa forma de amontonar sin piedad antes del próximo caído hasta acá, ¿hasta acá? ¿cuantía? repare, una primera cantidad, disruptiva, hasta acá, en su cabeza, donde el cuerpo de la muerte retoce a sus anchas, entre sus sienes, soliloquio de tamañas proporciones.







¿y ahí qué esperan? quizás, quizás un vagaroso frú frú, azul de Prusia, las golondrinas, quizás, por ejemplo, usted, usted (un encantado lector) espera, espera un habla, domesticada, sin barrizal, sin su contienda de lija, espera, o se interroga por qué, por qué no le repiten, como Darío, que la princesa está triste y, no, no Darío, no, no es la tristeza de la princesa, o los meandros cansados de ese decir diamantino, nononó, es, es la monarquía con su corona de lata, es, es el lugar de su trono en compensado de cuarta, que ni madera, ni sándalo, ni redención, sin sus equinos alados, son los de tiro, extenuados, con un carrito, en la noche, noche tras noche trasiegan, ¿no los escucha? el golpeteo de cascos, en el cemento, el golpe-golpe-golpazo, es, ¿es qué hace cuentas como un visir con insomnio? cuenta y re cuenta, ¡qué vien que bamos! los cachivaches maravillosos, la magia negra en etiquetas, diseño, entre las góndolas, en los pasajes climatizados, entre palmeras de plástico (un encantado lector) escucha-escucha, repite: saviñon blanc, maridaje, esmart tiví, repite, embelesado, y, después, después espera, de la princesa, digamos, espera qué, que la devuelvan flotando, entre dragones y rosas, que no esté triste, o al menos, de esa manera, de esa manera tan, tan retorcida, digamos, de, de benzodiacepinas, reposada en basura, envejecida a los treinta, con doce hijos, y, no, no Darío, no es la tristeza de la princesa sino su muerte, a treinta cuotas, por su lado glamoroso qué, ¡qué vien que bamos! por ese lado, es lo que espera (un encantado lector) de una princesa, espera, espera joyas, encajes, biyuterí que le dicen, la magia negra de los lugares comunes, prístinos, claros, espera (un encantado lector) cristal de Viena, sedas de oriente, tejidas con la belleza de la tristeza de la princesa en las maquilas asiáticas, y, no, no Darío, la princesa no está, no está triste, está, está envuelta, envuelta en una lengua de nailon, tela sintética, magia vudú para las horas en que no puede dormir cuando le llega, el golpe-golpe-golpazo, tufo de quemas de algún contenedor de residuos, por su lado glamoroso que, ¡qué vien que bamos! ¿no?, ¿no le parece, Darío? ese jedor de la princesa, amoratada, azul, en morgue pública, y, no, no Darío, la princesa no está, no está triste, digamos, no, está, está catalogada en algún capítulo del DSM V: poesía édita por el trust farmacéutico, digamos, es la tristeza de la princesa, Darío, y, usted (un encantado lector) engualichado con esas puertas giratorias, como opiácidos, reside, su modernista actitud, de lo que espera, reside, en un secreto, como digamos, por ejemplo: la magia negra en el secreto bancario, y el paraíso, también espera, sí, el paraíso, con su misterio, el paraíso, sin un paréntesis que lo encubra: el paraíso es fiscal.





el cuerpo del dolor recorre los baldíos, el cuerpo del animal del cuerpo en las palabras, recorre, de ásperas maneras, la soledad del cuerpo, el habla interrumpida, la zanja de desgaste, imágenes quemadas, distancias insalvables del cuerpo del dolor al cuerpo de la hoja, recorre, paciente, quizás, quizás en su demora, un signo de las crucifixiones, digamos, tachones, tatuajes del animal del cuerpo en las palabras, la merma de futuro, digamos, las dilapidaciones, ¿no? en un capital móvil, angurriento, abstracto en su materia, concreto en el desguace-las fronteras-los no pertenecidos, los dueños más dueños del cuerpo del dolor, digamos, inadvertido lector, quizás, quizás porque no puede, el cuerpo del animal del cuerpo en las palabras, no puede, no, no cabe en su tamaño, el Otro, nada, nada puede, en las palabras propias, no puede recorrerse el cuerpo del dolor, distancias insalvables del cuerpo del dolor al cuerpo de la hoja, paciente, espectador, quizás, quizás en su retraso, un signo equivalente, digamos, del Otro, en un capital móvil, eficiente, la merma de futuro, prebendas en paisaje de ruinas industriales, el cuerpo del dolor en un capital fijo, el Otro, extendido, el cuerpo de la hoja, de ásperas maneras, la soledad del cuerpo, ¿usted aún está aquí? paciente, quizás, quizás imperturbable, ¿lector? inadvertido.







necesitamos, necesitamos más, entender, qué digo, no, entender, no, necesitamos contemplar la zona del desastre, o, mejor, la intersección de la zona del desastre del lado solipsista, improductivo, para preguntarse, digamos, por qué ocurre tal cosa, se queda uno en un autismo anaerobio, de ese lado colindante con la vastedad de bombas de fragmentación, mini litros de toxinas en vertederos urbanos, horas niño de trabajo esclavo, que surcan los horarios en formas intolerables de sólo pretender abarcarles y que, por convención, diremos, dicen, nos hemos hecho credo de esa piara: están afuera, o sea, del lado opuesto del cable, del monitor, del otro lado, de la pared del vecino, de la perimetral, digamos, son res extensa de algún cogito pensante, justo ahí donde, ¿dónde? ¡vaya! no, algo no cierra, esa, digamos, esa predisposición a dolerse y no dolerse, a simular del cuero ajeno lo que del nuestro es la falta, ¿cogito sintiente? digamos sí, pero, hasta dónde, culposo lector, quisiera usted que yo le falluteara pomposamente ser un cuerpo destripado por el buen arte de la palabra, digamos, y no serle, mejor, un boxeandinga, que le marea la cara con las astillas de lo que no puede decirle, así, con una solvencia conmovedora y tácita, de compromiso total, sin decirle: usted también, y yo, hemos sido enajenados, contagiados por un virus, por la misma insuficiencia, por la misma trampa óptica del límite y por el límite en sí, y, no es, no, que le proponga un mapa de las víctimas, de forma sicopática, algún saber que ocultarle para que rompa su rostro contra la frente del texto, así que no, no es este un devenir para gozar como si fuese cobayo de unos excéntricos laboratorios de autoerotismo serial, sino más bien una incontinencia obsesiva de diferir el problema hacia a un problema peor: interrogarse como en un bucle con vida propia si es que ahí hay alguien a quien no le ocurra todos los días igual: que ya no encuentre casi maneras formales para el horror cotidiano y escupa enigmas como en un síntoma que se rige por una ley implacable, depredatoria, con una tasa de ganancia que inevitablemente tenderá a cero, cuanto más emperrada esté en extraer su ganancia, por la misma insuficiencia, por la misma trampa óptica del límite y por el límite en sí.








[1] ¿Qué otra cosa es un fantasma sino lengua de esa tierra en desajuste temporal? 
[2] Rodolfo Fogwill, acerca de la función poética del lenguaje. Fragmento de frase, metáfora del Uruguay, atribuida, según el escritor en calidad de conferencista, al ex mandatario uruguayo José Mujica, en lo que fue su última presentación pública, Conferencia “Ahora hablemos de mí”, Montevideo, Festival eñe América, año 2010. 
[3] El Astillero, Juan Carlos Onetti
[4] Víctor Cunha y Eduardo Darnauchans 
[5] Génesis 1:26
[6] Friedrich Nietzsche, Sämtliche Werke: Kritische Studienausgabe in Bänden  




















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