domingo, 16 de septiembre de 2018

Una tarde - Samuel Beckett



© Alois Nozicka






Fue encontrado tendido en el suelo. Nadie le había echado de menos. Nadie le buscaba. Una anciana lo encontró. Por dejarlo impreciso. Sucedió hace tanto tiempo. Deambulaba en busca de flores silvestres. Sólo amarillas. Con ojos sólo para éstas tropezó con él tendido allí. Tumbado boca abajo y con los brazos extendidos. Llevaba abrigo a pesar de la época del año. Oculta por el cuerpo una larga fila de botones lo abrochaba de arriba abajo. Botones de todas las formas y tamaños. Puesto de pie los faldones rozarían el suelo. Esto parece encajar. Cerca de la cabeza un sombrero arrugado descansaba en el suelo. A la vez sobre el ala y la copa. Pasaba inadvertido gracias al abrigo verdoso. Para alguien que observara desde lejos sólo habría saltado a la vista la cabeza blanca. ¿Lo había visto ella antes en algún sitio? ¿De pie en algún sitio antes? No tan rápido. Ella vestía toda de negro. El borde de su larga falda negra rozaba la hierba. Era el final del día. Si ahora se moviera hacia el Este su sombra la precedería. Una larga sombra negra. Era época de cría. Pero no había corderos. No veía ninguno. Si por casualidad una tercera persona pasara por allí vería únicamente sus dos cuerpos. Primero el de la anciana de pie. Después acercándose el otro tendido en el suelo. Esto parece encajar. Los campos desiertos. La anciana toda enlutada inmóvil. El cuerpo inmóvil en el suelo. Amarillo al final del brazo negro. El pelo blanco sobre la hierba. El Este hundiéndose en la noche. No tan rápido. El tiempo. Cielo cubierto todo el día hasta el atardecer. Por fin apareció el sol cerca del límite Oeste Noroeste. ¿Lluvia? Unas gotas si queréis. Unas gotas por la mañana si queréis. De momento para concluir. Sucedió hace tanto tiempo. Recluida en casa todo el día sale con el sol. Se apresura para llegar al campo. Sorprendida de no haber encontrado a nadie deambula febrilmente en busca de flores silvestres. Febrilmente ante la inminencia de la noche. Observa con sorpresa la ausencia de corderos en gran cantidad por aquí en esta época del año. Lleva el luto que se puso cuando enviudó joven. Es para reponerlas en su tumba que deambula en busca de las flores que él había amado. Pero de no ser por la necesidad de amarillo al final del brazo negro no habría ninguna. Por lo tanto sólo hay las menos posibles. Esta es para ella la tercera sorpresa desde que salió. Ya que suelen crecer en abundancia por aquí en esta época del año. Su vieja amiga su sombra le molesta. Hasta tal punto que se vuelve hacia el sol. Que una flor aparece alejada de su trayecto se desvía a por ella. Ansía el final del ocaso para deambular libremente en el resplandor crepuscular. Se añade a su angustia el familiar susurro de su larga falda negra sobre la hierba. Avanza con los ojos entreabiertos como atraída por el resplandor. Quizá se diga a sí misma son demasiadas cosas para una sola tarde de marzo o abril. Nadie a la vista. Ni un solo cordero. Casi ninguna flor. Sombra y susurro molestos. Y por si esto fuera poco el susto de tropezar con un cuerpo. Casualidad. Nadie le había echado de menos. Nadie le buscaba. El negro y el verde de sus ropas tocándose ahora. Cerca de la cabeza blanca el amarillo de las pocas flores arrancadas. La vieja cara iluminada por el sol. Tableau vivant si queréis. A su manera. Todo en silencio de ahora en adelante. Mientras ella no se mueva. El sol desaparece al fin y con él toda sombra. Toda sombra aquí. Lento desvanecerse crepuscular. Noche sin luna ni estrellas. Todo esto parece encajar. Pero no hablemos más de ello.







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Traducción Antonia Rodríguez Gago intervenida por Zacarías Marco.




















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